25. Entre risas y miradas incómodas
Elara parpadea, expectante. El aire a su alrededor parece haberse vuelto más denso, más frío, como si el pasillo hubiese sido envuelto en una neblina invisible. Sus ojos se entrecierran mientras recorre con la mirada los ventanales cubiertos con pesadas cortinas de terciopelo. La luz de las antorchas del exterior atraviesa el tejido con dificultad, proyectando sombras largas y vibrantes sobre las paredes.
Da un paso hacia atrás, con ganas de regresar.
Siente una presión inexplicable en el pecho, como si alguien —o algo— la observara desde la penumbra. No es luna llena como para que sea un hombre lobo... ¿Será una bruja? Se gira rápidamente. Nadie. El pasillo está vacío...
Traga saliva. Sus dedos se cierran en torno al pliegue de su falda. Las sombras no se mueven… pero parece que respiran.
Se hace la valiente y decide continuar su camino hacia el comedor, hasta que un leve crujido —quizás una tabla, quizás algo más— rompe el silencio. Elara contiene la respiración. Escucha. Otro