CAPÍTULO 8
La Calma Antes de la BatallaEl sol de la mañana se filtraba por los inmensos ventanales de la mansión Hale, bañando el mármol y la caoba en una luz dorada y aséptica.Era una calma que no encontraba eco en el interior de Alexander. La noche anterior había sido una tormenta, un huracán llamado Samantha que había arrasado con sus defensas, dejándolo expuesto y furioso.Había dormido apenas unas horas, asaltado por el recuerdo de su beso, por la audacia de sus palabras, por la insoportable verdad que había clavado en su pecho como un estilete.—“Ya no le temo, Alexander. Ahora... ahora lo entiendo.”Esa frase resonaba en su cabeza con la persistencia de una migraña.Entenderlo.Aquella palabra era un veneno.Nadie lo entendía.Nadie tenía derecho a hacerlo. Entenderlo era conocer sus grietas, sus cicatrices, los fantasmas que lo acechaban en la quietud de la noche.