CAPÍTULO 38
La Sombra
Alexander se quedó junto a la incubadora de Liam, observando el ascenso y descenso casi imperceptible de su pecho. El sonido rítmico del ventilador era ahora el latido de su propio mundo. Había un pequeño parche de gasa donde el catéter había salvado la vida de su hijo, una minúscula cicatriz en un cuerpo diminuto, pero un monumento al milagro. La fragilidad de Liam era un espejo de su propia vulnerabilidad. Por primera vez en su vida adulta, el poder, el dinero y el nombre Hale eran inútiles. Solo le quedaba el miedo y la esperanza.
El doctor Ramírez le había asegurado que Liam y Elara estaban estables, pero la UCIN era una zona de guerra silenciosa, donde la calma era solo una tregua temporal. Alexander se había negado a irse. Había delegado el control de su imperio, pero no podía delegar la paternidad.
—¿Te imaginas, campeón? —susurró Alexander, pegando la mano al cristal de la incubadora—. Cuando salgas de