Capítulo 7
Me giré de golpe. Damián estaba de pie justo fuera de la puerta del balcón, con los ojos como trozos de hielo.

El dolor persistente del choque de energías me había hecho olvidar que el oído de un Alfa podía atravesar paredes.

Gracias a la Diosa, no había escuchado todo.

—Una amiga sanadora mía. —Respondí con calma, pasando junto a él y volviendo al comedor. —Va a Sudamérica a estudiar nuevas hierbas.

Damián regresó a su asiento.

—¿Qué amiga?

—No la conoces.

—Su nombre.

—¿Por qué tendría que decírtelo?

Serafina tosió suavemente desde un lado.

—Damián, no seas tan duro con Isla. Los secretos de una chica son importantes.

Sus palabras parecieron calmarlo.

—Perdón. —Me dijo, aunque sus ojos seguían cargados de sospecha.

No insistió más, como si no quisiera empeorar el ambiente.

Su mirada se suavizó al volverse hacia Serafina, sacando de su chaqueta una hermosa caja.

—¿Qué es eso? —Preguntó ella, curiosa.

—Es para ti.

Dentro había un colgante de obsidiana, tallado con intrincadas runas.

Podía leerlas con claridad: Damián & Serafina, Unidos para Siempre.

—¡Es precioso! —Exclamó Serafina, colocándoselo. —¿Es una prenda de compañero?

—Mmm. —Damián le abrochó la cadena. —He infundido mi energía de Alfa en él. Te protegerá a ti y al cachorro.

Sacó su teléfono y le tomó una foto frente al espejo.

—Sonríe.

Ella sonrió como una niña, con los ojos brillando de felicidad pura.

Damián le envió la foto al instante, con la leyenda: Mi tesoro.

—Te queda bien. —Comenté.

Damián me miró, con un destello de distancia en la mirada.

A la tarde siguiente, fui a la botica exclusiva para hombres-lobo a comprar algunos suministros de viaje de último momento.

Al llegar a la puerta, escuché una voz familiar en el interior.

—Vuelve a comprobar el latido.

Era Damián.

A través del cristal, vi a Serafina acostada en una camilla, con Damián de pie a su lado, visiblemente nervioso.

—Todo está normal. —Dijo el sanador de la manada. —El cachorro está muy sano.

—Gracias. —Respondió Damián, tomando la mano de Serafina. —El sanador dice que será muy fuerte.

Me di la vuelta para irme, pero el sonido de la campanilla en la puerta me delató.

—¿Isla? —llamó Serafina desde dentro. —¿También vienes por hierbas?

—Solo pasaba por aquí.

—Espera, podemos irnos juntas. —Le dijo a Damián. —Salgo enseguida.

Diez minutos después, salieron juntos.

—¿Cómo van los preparativos de la ceremonia? —Preguntó Serafina con aparente inocencia. —Escuché que será enorme.

—La ceremonia seguirá como estaba planeada. —Respondió Damián por mí. —Solo se ha retrasado un poco.

Los miré sin decir nada.

—Isla, sé que debes sentirte herida. —Dijo Serafina, acercándose. —Pero espero que no renuncies a Damián. Tú eres a quien él realmente ama.

Su voz sonaba sincera, y sus ojos estaban llenos de lágrimas.

—No merezco un hombre tan bueno. Tú eres su compañera destinada.

Los transeúntes en la calle comenzaron a murmurar:

—Esa chica es tan amable.

—Está dispuesta a sufrir por la felicidad de otra persona.

—¿Por qué esa tal Isla se ve tan fría?

Me di la vuelta y me marché.

—¡Isla! —Me llamó Serafina. —¡Por favor, no me malinterpretes, de verdad no quiero quitártelo!

Corrió hacia mí, intentando agarrarme del brazo.

—Sé que estás enojada, pero por favor, danos la oportunidad de explicarte…

—Suéltame. —Dije, apartándola.

En el momento en que mi mano la tocó, no solo perdió el equilibrio: se lanzó de lado con un jadeo teatral, apuntando directamente al antiguo laurel.

Los laureles tienen una energía repulsiva para los hombres-lobo más débiles; ella debía saberlo.

—¡Ah! —Gritó, golpeando con fuerza el tronco antes de desplomarse en el suelo.

—¡Serafina! —Rugió Damián, corriendo hacia ella.

La vio en el suelo, luego miró mi mano todavía extendida, y sus ojos ardieron con una furia que jamás me había dirigido.

—¿Qué demonios hiciste? —Gritó, arrodillándose junto a ella. —¡¿Cómo pudiste atacar a una loba embarazada?!

—Yo no…

—¡Basta! —Me interrumpió Damián. —¡Delante de toda esta gente, le pedirás disculpas a Serafina! ¡Ahora!

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