Justo antes de nuestra ceremonia de apareamiento, mi compañero, Damián, dijo que necesitaba marcar a otra loba, la Omega Serafina, aquella que supuestamente le había salvado la vida.—Tengo que darle a Serafina una marca temporal. Se está muriendo, Isla. La Enfermedad Lunar la está consumiendo.La mirada de Damián se posó sobre mí, cargada de peso.Dejé de mezclar el elixir de pétalos de Luna que tenía entre las manos, preparado para nuestra ceremonia de apareamiento.Un brebaje que, según decían, fortalecía aún más el vínculo de apareamiento.Y ahora él quería que aceptara que marcara a otra mujer.Me empezaron a temblar las yemas de los dedos.—¿Estás bromeando?—Es la única manera de salvarla. —Dijo, dándome la espalda, incapaz de mirarme a los ojos.Aquellos ojos azules que una vez amé eran ahora una tormenta de conflicto y fría determinación.—Le debo la vida.—¡No me importa lo que le debas! —Mi voz se volvió cortante. —¡Una marca es sagrada, Damián! Se supone que es para nosotro
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