El reloj marcaba su lento avance mientras Isabella caminaba de un lado a otro por la salida del hospital. Su mente estaba inquieta, agitada, luchando entre lo que sabía… y lo que necesitaba hacer.
Finalmente tomó su celular y marcó un número.
—Hola… ¿podemos vernos? —su voz sonó firme, aunque por dentro temblaba—. Sí, en el parque central.
Un silencio.
—Perfecto. Te espero allí.
Colgó y, sin pensarlo más, salió de la casa con el corazón latiendo a destiempo.
El parque central estaba tranquilo, apenas algunas familias paseando y el murmullo de las hojas movidas por el viento. Isabella se acomodó el cabello detrás de la oreja mientras esperaba.
Pasaron solo unos minutos hasta que alguien se acercó a paso rápido.
Fernando.
Al verla, su expresión cambió por completo.
—Isabella… —dijo sorprendido—. Te ves… cansada. ¿Estás bien? ¿Has estado enferma?
Ella negó levemente.
—No, no es eso. —Respiró profundo—. Perdón por llamarte así, tan de repente.
—No te disculpes. —Fernando intentó sonreír—.