La habitación blanca del hospital parecía volverse más pequeña mientras Marcos la observaba, esperando que ella cediera como siempre. Pero esta vez, Isabella no era la misma chica que él podía doblegar con una sola mirada. Levantó el rostro, respiró hondo y habló con una firmeza que incluso lo desconcertó.
—Está bien, Marcos —dijo, cruzándose de brazos—. Ya veo que para ti es difícil dar segundas oportunidades. Pues para mí también lo es.
Se acercó un poco más a la cama, sin apartar su mirada de él.
—Así que, hasta que no hables con Fernando y aclaren lo que pasó… tampoco voy a hablar contigo.
Marcos parpadeó, sorprendido, como si jamás hubiera imaginado escuchar algo así de su boca.
—¿Qué? —soltó, elevando la voz—. ¿Por qué diablos tanto interés en que yo hable con Fernando?
Su tono subió aún más, cargado de celos quemantes.
—¿O es que… te gusta? ¿Es eso lo que pasa?
Isabella sintió cómo la rabia le subía desde el estómago hasta el pecho. Sus manos temblaron, pero no por miedo: por c