El sonido de un auto se escuchó frenando frente a la mansión, y segundos después el timbre resonó con insistencia. Isabella corrió a abrir la puerta; su corazón latía acelerado.
Allí estaba Victoria Echeverría, elegante como siempre, pero con el rostro desencajado por la preocupación. Apenas la vio, Isabella sintió una punzada de alivio.
—¿Dónde está? —preguntó Victoria sin perder tiempo.
—En mi habitación —respondió Isabella, guiándola por el pasillo—. La fiebre sigue alta, y tose sangre… no quiere ir al hospital.
Victoria apretó los labios, conteniendo el enojo y el miedo. Subió las escaleras con paso firme, y al llegar al cuarto lo encontró recostado, pálido, débil, con la mirada perdida en el techo.
—Marcos D’Alessio —dijo su tía con voz grave, acercándose—, ¿qué crees que estás haciendo contigo mismo? Llevas días con ese dolor y ahora tosiendo sangre… algo está muy mal, muchacho.
Él giró apenas la cabeza y, a pesar de su estado, esbozó una sonrisa cansada.
—Tía, no te preocupes t