El amanecer llegó sin clemencia. La tenue luz del sol se filtraba entre las gruesas cortinas de la habitación, marcando el inicio de un nuevo día que para Marcos se sentía más como una extensión de la noche anterior. No había dormido realmente, solo había cerrado los ojos por instantes entre pensamientos que iban y venían como mareas inquietas.
Cuando se incorporó, un leve dolor de cabeza lo hizo fruncir el ceño. Su cuerpo pedía descanso, pero su mente no se lo permitía. Caminó hacia el espejo del baño, y lo que vio reflejado lo desconcertó un instante: su rostro, normalmente impecable, lucía distinto. El cansancio se notaba en la piel tensa, en las sombras bajo los ojos, en la mirada apagada de quien ha pasado horas en guerra con sus propios pensamientos.
Pasó una mano por su rostro, respirando hondo, intentando recuperar el control que siempre lo caracterizaba. No podía permitirse debilidad, no allí, no en medio de una empresa que llevaba su apellido y que representaba el legado de