La mansión estaba envuelta en una penumbra elegante, solo iluminada por la luz cálida de las lámparas y el reflejo tenue de la luna sobre el mármol pulido. La tarde había cedido al silencio de la noche, pero dentro del salón, la tensión era casi palpable. Victoria estaba sentada en el sillón principal, con la copa de vino en la mano, la mirada fija en la puerta de entrada, esperando a que él llegara. Cada sonido del exterior la hacía tensar los hombros, y cada sombra proyectada en las paredes parecía anticipar lo que estaba por venir.
Finalmente, la puerta se abrió, y él apareció. Su porte imponente llenó el espacio de inmediato; cada movimiento era seguro, calculado, y la frialdad de su expresión no dejaba lugar a dudas de que estaba preparado para cualquier confrontación.
Victoria respiró hondo, intentando mantener la compostura, aunque su corazón latía con fuerza.
—Marcos… tenemos que hablar —dijo con voz firme, intentando mantener un control que se le escapaba por momentos—. Tu es