El vapor llenaba la habitación, empañando el espejo y envolviendo a Isabella en una neblina densa que parecía tan confusa como sus pensamientos. El agua de la ducha caía con fuerza sobre su piel, pero ni siquiera ese golpe constante lograba borrar la ansiedad que se le enredaba en el pecho.
Apoyó las manos contra la pared fría, cerró los ojos y respiró profundo. Su mente no dejaba de repetir una sola imagen: el rostro de aquel hombre en la sala.
—No… no puede ser —susurró con voz temblorosa, mientras el agua corría por su rostro—. No puede ser él…
Cada palabra le dolía más que la anterior. Se mordió el labio, intentando convencerse de que era una coincidencia, de que tal vez estaba confundida, que el cansancio o los nervios la estaban engañando. Pero el timbre de su voz, su forma de sonreír, la manera en que miraba… todo coincidía.
Camilo.
El mismo nombre que Victoria había mencionado. El mismo hombre que acababa de regresar del extranjero. El mejor amigo de Marcos.
—¿Cómo es posible?