La tarde caía suavemente sobre la mansión, y la luz dorada del sol se colaba por los grandes ventanales de la sala principal, iluminando cada rincón con un brillo cálido. Fernando, Leo y Sofía estaban sentados alrededor de la mesa de centro, concentrados en una animada partida de cartas. La risa de Sofía y los comentarios bromistas de Leo llenaban la habitación, creando un ambiente relajado que contrastaba con los días recientes de preocupación y cuidados por Isabella. Fernando, aunque participaba en el juego, no podía evitar mantener su mente parcialmente pendiente de la puerta de la sala, recordando que Isabella aún estaba recuperándose de la fiebre y que cualquier esfuerzo físico podía cansarla demasiado.
Sofía, con la carta en la mano, se inclinó hacia adelante para colocar su jugada y soltó una risita traviesa. —¡Vamos, Fernando! —dijo—, esta vez no podrás ganar tan fácilmente.
Fernando sonrió ligeramente, pero antes de poder responder, su mirada se desvió hacia las escaleras. Un