Fernando permaneció en el pasillo unos minutos más, con la respiración controlada, intentando no inquietarse demasiado mientras Isabella se bañaba bajo la guía de Martha. Cada segundo se le hacía eterno; deseaba poder verla ya recuperada, sentir que el calor del caldo y los cuidados que había preparado hacían efecto en su cuerpo. Sabía que debía ser paciente, que el descanso y el calor del baño la ayudarían a relajarse y mejorar poco a poco.
De repente, Martha apareció en la puerta con una sonrisa tranquila y serena, como solo ella podía tener. Su voz suave rompió el silencio:
—Señor Fernando, Isabella ya está bañada y cambiada. Todo está en orden. Si quiere, puede entrar ahora.
Fernando sintió un alivio inmediato. Asintió con la cabeza y respiró hondo antes de entrar a la habitación. Cada paso que daba era cuidadoso, respetuoso, consciente de no perturbar la delicada recuperación de Isabella. Al verla sentada en la cama, con la bata limpia y el cabello recién secado, una sensación de