El trayecto continuó en un silencio pesado, solo interrumpido por el leve zumbido del motor del auto. Fernando mantenía ambas manos firmes sobre el volante, los hombros tensos y la mirada fija en la carretera, aunque en su interior aún revivía cada imagen de aquel recuerdo doloroso. Isabella, a su lado, permanecía en silencio, con las manos entrelazadas sobre el ramo de flores, intentando digerir la magnitud de la confesión que acababa de escuchar.
No era un silencio cómodo; cada minuto se sentía como una eternidad, cargado de emociones, de dolor compartido y de la gravedad de la historia que Fernando le había revelado. Ninguno de los dos hablaba, pero la tensión flotaba en el aire, palpable y casi insoportable.
Cuando finalmente llegaron a la casa de Isabella, Fernando detuvo el auto frente a la puerta con un suspiro que parecía contener todo el peso del mundo. Isabella abrió la puerta de inmediato, como si no pudiera esperar ni un segundo más, y antes de que él pudiera reaccionar, l