El crepúsculo caía sobre la ciudad, tiñendo los ventanales de la mansión D’Alessio con tonos dorados y rojizos. Dentro, el ambiente era tranquilo; la ausencia de Victoria se notaba en cada rincón, aunque no era extraño que la mujer pasara el día entero en sus compromisos sociales y benéficos.
En el salón principal, Camilo se acomodaba con total naturalidad en uno de los sillones de terciopelo. Para él, rodearse de lujos no era nada nuevo; había crecido en un ambiente similar y estaba habituado a esas comodidades. Lo que sí valoraba era la confianza que Marcos le ofrecía al abrirle las puertas de la casa como si fuera suya.
—Hermano —dijo Camilo, girando la copa de vino entre sus manos—, gracias por dejarme quedarme aquí mientras encuentro algo propio. Ya sabes cómo es tu tía, pero no quiero abusar.
Marcos, que estaba de pie junto al bar sirviéndose otra copa, arqueó apenas una ceja.
—¿Abusar? Victoria te quiere como a un hijo, Camilo. Te vio crecer conmigo, casi te crió a su manera. C