La subasta ya había comenzado cuando Victoria llegó al recinto. Su andar distinguido, su vestido color esmeralda y su mirada aguda hicieron que muchas cabezas se volvieran hacia ella. Pero nada de eso importaba. Lo único que deseaba era ver, por fin, a su sobrino y a su esposa juntos.
Y ahí estaban.
O eso creía.
Cruzando la sala, cerca de una escultura cubierta con tela negra, dos figuras captaban todas las miradas. Él, impecable en un esmoquin negro con una máscara veneciana plateada. Ella, etérea, vestida en un conjunto color marfil con detalles de perlas y una máscara dorada que solo dejaba entrever unos ojos almendrados que parecían brillar con la luz del lugar.
Victoria sonrió.
—Por fin —susurró para sí misma, y se dirigió hacia ellos con una emoción contenida que no solía permitirse.
Los actores, entre tanto, estaban tensos, cada uno convencido de estar al lado del verdadero cónyuge de la otra parte. Habían sido preparados con instrucciones claras: no hablar mucho, dejar que la