La noche había caído sobre la ciudad con una elegancia fría, y el cielo, despejado y estrellado, parecía burlarse de los que llevaban tormentas dentro. Marcos D’Alessio ajustó el cuello de su camisa mientras se observaba en el espejo del ascensor. La invitación a aquella cena de negocios le había parecido irrelevante al principio, una más de esas veladas repletas de empresarios hipócritas y sonrisas forzadas, pero una llamada inesperada esa tarde lo había hecho reconsiderar.
—Fernando Larralde también asistirá —le habían advertido con voz neutral.
Y solo entonces, Marcos supo que no podía faltar.
El salón privado del restaurante más exclusivo de la ciudad estaba decorado con sobriedad, como si cada rincón susurrara secretos de contratos millonarios y acuerdos que jamás se firmaban sobre el papel. Cuando Marcos cruzó el umbral, su sola presencia captó miradas. Alto, imponente, su porte de CEO no dejaba margen de error: era un hombre acostumbrado a dominar cualquier sala en la que entra