NAHIA
La habitación huele a lavanda marchita.
No esa que se enciende para calmar, no. Esa que se queda en los cajones cerrados desde hace años, empapada de olvido. Esa que apenas cubre el olor de los medicamentos, de la piel demasiado pálida, de la vida que se deshilacha.
Empujo la puerta. Lentamente. Como si tuviera miedo de despertarla. O de enfrentar lo que se ha convertido.
Ella está allí, sentada en su silla. La espalda ligeramente encorvada. Las manos sobre los reposabrazos. La mirada vacía. Fijada en un exterior que ya no ve.
Y yo, entro como cada vez. Con la máscara bien puesta. La de la chica fuerte. De la chica que nunca tiene dolor.
— Hola, mamá.
Ella gira la cabeza, muy lentamente. Sus ojos, nublados por un pasado brumoso, buscan mi rostro. Veo ese momento en el que no sabe. En el que duda. En el que no reconoce a quien llevó en su vientre.
Luego, una chispa, débil, fugaz.
— ¿Nahia?
Asiento con la cabeza. Sonrío. Una sonrisa que me arranca un poco de piel.
Me acerco. Tomo su mano. Está fría. Frágil. Como una hoja muerta que no osamos arrugar. Pero ella me aprieta. Débilmente. Con todo lo que le queda.
Y yo, tambaleo por dentro.
Me siento a su lado. Nuestras rodillas casi juntas. Ella me mira. Pero sé que no soy yo a quien ve. Es una imagen borrosa. Una foto antigua. Un recuerdo que tiembla.
— ¿Cómo estás hoy? susurro.
No responde. Frunce un poco el ceño. Como si la pregunta fuera demasiado complicada. O demasiado simple. Como si ya no supiera lo que significa "ir".
Baja la mirada, yo también.
Sigo sintiendo mi cuerpo tirando de mí. Quemándome. Mi entrepierna es una herida silenciosa. Pero no es nada comparado con ese vacío en sus ojos.
Hablo. Ocupo el silencio. Relleno los espacios vacíos.
Le cuento los chismes del hospital: Un error de medicación que corrigieron por poco. Ese tipo de cosas que ella habría entendido antes. Que habría comentado. Criticado.
Pero apenas asiente con la cabeza. Y sus labios permanecen cerrados.
Entonces tomo el cepillo de la cómoda. Empiezo a desenredar su cabello. Caen, finos, quebradizos, como hilo demasiado gastado. Cada nudo que arranco me aprieta el corazón.
— ¿Te acuerdas del lago, mamá? Iba allí todos los veranos. Incluso cuando estabas cansada. Incluso cuando nos quejábamos.
Sonrío. Amargamente.
— Los sándwiches de atún. El pan seco. La arena por todas partes. Nos regañabas, pero también reías. Reías tanto…
Mi voz se quiebra.
Ella ya no ríe. ¿Desde hace cuánto? No lo sé. Ya no cuento.
La miro. Y tengo esta visión repentina, violenta: ella, soy yo en veinte años. Si sigo sin decir nada. Si sigo aguantando. Si sobrevivo en lugar de vivir.
Sus manos tiemblan. Como las mías esta mañana. Pero no por las mismas razones.
Me levanto. Voy a buscar una manta. Ella tiembla cuando se la coloco sobre las piernas. Este gesto, tan simple, me conmueve. Porque me recuerda que todavía está aquí. Un poco. No del todo ausente.
Me vuelvo a sentar. Quisiera decirle todo. Gritarle que no estoy bien. Que me duele, por dentro, en todas partes. Que ya no sé quién soy.
Pero, ¿de qué sirve? Ella no me oiría. O tal vez entendería demasiado bien. Tal vez ella también ha conocido esas noches que no se confiesan. Esos cuerpos que se soportan. Esos silencios que aprendemos a tragarnos.
Pero ya no habla. Y yo soy incapaz de decir lo esencial.
Entonces le sostengo la mano. Fuerte. Como si pudiera transmitirle algo a través de la piel. Algo que perdure.
La miro. Sus ojos se cierran. Sus rasgos se relajan.
Se duerme. Y yo me quedo allí. A la espera de su respiración.
No quiero irme. Porque un día, será la última vez. Porque un día, no despertará.
Y no estoy lista.
No aún.
La beso en la frente. No reacciona. Ya está lejos. Quisiera llamarla, retenerla. Pero no digo nada.
Salgo. Saludo a la enfermera. Me pregunta cómo estoy. Respondo con una sonrisa. Siempre la misma.
Y luego me quedo en el pasillo. Sin moverme. El neón sobre mí chisporrotea. Mi ropa se adhiere a mi piel. Mi vientre tira, mi corazón también.
Cierro los ojos. Respiro.
Y me voy.
Como siempre. Como si fuera fácil. Como si fuera normal.
Pero por dentro, algo se está desmoronando, lentamente, sin ruido.
Y me pregunto…
¿Cuánto tiempo más aguantaré?