NAHIA
Cada segundo suspendido a él es un fuego que fluye bajo mi piel, un incendio que abrasa mis sentidos, cada gesto, cada aliento, cada presión de sus manos me hace caer un poco más lejos del mundo que conocía. Su cuerpo contra el mío es un peso delicioso, pesado de deseo y autoridad, y siento mi carne despertarse, estremecerse, arder bajo este abrazo. Sus brazos se cierran a mi alrededor, me cubren, me envuelven como si pudiera desaparecer en ellos, y me derrito, me abandono, me pierdo en el calor de su presencia.
Sus dedos se deslizan sobre mis costillas, sobre mis caderas, exploran, dibujan, acarician con una lentitud calculada que me vuelve loca. Cada roce es un llamado al que mi cuerpo responde a pesar de mí. Mis muslos se presionan contra él, mis manos buscan su nuca, sus hombros, mi aliento se convierte en jadeo, cada inspiración es una lucha, cada expiración un gemido ahogado que escapa a pesar de mí. Soy a la vez frágil y encendida, cautiva y soberana en esta fusión de des