NAHIA
Él me mira sin decir nada, sus ojos recorren mi cuerpo como una caricia invisible, lenta, metódica, implacable, y siento que mi piel se estremece bajo esa mirada que me despoja tanto como me envuelve, mis pechos se tensan bajo el encaje fino, mis piernas se cierran a pesar de mí, como si todo mi ser buscara huir y ofrecerse al mismo tiempo, mis manos buscan un apoyo que no existe, ya estoy tomada antes incluso de que me toque.
Su mano se alza por fin, sus dedos descienden por mi brazo con una suavidad casi insoportable, apenas un roce, sin embargo cada nervio se enciende como si hubiera trazado una quemadura, cierro los ojos un instante, mis labios se entreabren, un suspiro escapa de mi garganta antes de que pueda retenerlo, y siento su respiración hacerse más pesada, casi imperceptible pero suficiente para recordarme que este juego es calculado, que saborea cada reacción de mi cuerpo.
— Mírame, Nahia
Su voz es baja, cortante, una orden más que una petición, y obedezco de inmedi