NAHIA
Él no habla, no me dice que me levante, no me ordena nada, simplemente espera, de pie frente a mí, su mirada deslizándose lentamente sobre mi vestido que abraza mis curvas, arrugado sobre mis piernas temblorosas, sobre mis manos crispadas alrededor del borde de la mesa, y en este silencio pesado como una tapa ardiente, siento que el verdadero suplicio comienza ahora.
Levanto lentamente la vista hacia él, y su calma me arranca un escalofrío más violento que todas sus órdenes, no necesita gritar, ni siquiera hablar, su autoridad fluye sobre mí como un torrente de lava, caliente, lenta, imparable.
Me enderezo, sin que él lo pida, mis dedos se deslizan sobre la tela ligera del vestido, casi lo rasgo inconscientemente, lo aparto de mis hombros, lo dejo deslizar suavemente, revelando mi piel desnuda bajo el velo que se pliega y cae a mis pies, mis senos se exponen a la luz demasiado blanca, y me quedo ahí, ofrecida, vulnerable, pero soy yo quien se acerca a él esta vez, soy yo quien s