Después de un mes entero de tratamiento, fue el mismo Royce quien buscó a Julia al hospital.
La sala estaba llena de amigos y familiares, y, apenas lo vieron llegar, un murmullo emocionado se esparció en el aire.
—¡Es el alfa de Ashenfang!
—¡Llegó tan temprano! ¡Se nota cuán preocupado está por Julia!
—¿Será que pronto ella será nuestra luna? ¡Qué emoción!
Julia, sonrojada, les pidió en voz baja que se callaran, antes de mirar a Royce con una ternura contenida.
—Royce ya tiene una luna —dijo en un susurro—. No digan eso. Si ella llegara a oírlo... podría enojarse conmigo.
—Julia, eres demasiado buena —murmuró alguien entre la multitud, sin molestarse en bajar la voz—. Si esa mujer no se hubiera metido entre tú y el alfa, tú serías nuestra luna desde hace tiempo.
—Royce te ama —añadió otra voz con desprecio—. Esa mujer arruinó todo. Siempre te estuvo molestando. Nunca fue digna del alfa.
Yo los escuchaba, como si todo viniera de muy lejos. ¿De verdad era así como me veían todos?
Fue Royce quien descubrió que éramos compañeros. Fue él quien me buscó, quien me pidió que lo marcara, quien me rogó que fuera su luna.
Si cometí un error... fue el delito de amarlo.
Y ahora, ni siquiera era capaz de decir una sola palabra para defender mi moral. Allí estaba, recogiendo las cosas de Julia, servicial, como si quisiera quedar como el alfa ideal.
Qué curioso... conmigo nunca se había tomado tantas molestias.
Después de la ceremonia, solía decirme que me amaba. Pero jamás actuó como si fuera un hecho.
Me consolé mucho tiempo creyendo que, al menos, si llegaba un momento de peligro, él estaría ahí, dispuesto a protegerme.
¡Qué ingenua fui! Hoy, por fin, lo entendí. Él nunca fue mi calma. Él era la tormenta.
—Alfa, Julia nunca quiso marcarse con otro. Siempre estuvo esperando a alguien... y tú lo sabes, ¿no?
El lobo le hizo una seña a Royce, como deseando verlo marcar a Julia allí mismo. Pero Royce no respondió. Tal vez estaba de acuerdo, pero no pensaba admitirlo en público.
Lo siguiente que hizo fue llevar a Julia a una de sus casas privadas.
No sé en qué momento sucedió, pero Royce había acumulado muchos lugares en su territorio de los que yo jamás había oído hablar ni por asomo.
Cada vez que discutíamos, él simplemente se iba... cerrando la puerta tras de sí.
Yo nunca había pisado uno solo de esos sitios. Pero Julia… entraba en ellos como si le pertenecieran. Por ella, quebraba lo que siempre había jurado no romper…
Ella era su verdadero amor. Y yo... debí haberlo entendido desde hacía mucho.
Mientras Royce acomodaba la cama, Julia se acercó despacio y lo abrazó por detrás. Pegó su mejilla a la espalda de él, como una enamorada que no quiere soltar a quien más ama.
¿Acaso se acordaban de mí? ¿De su luna?
Royce se apartó un poco, con un movimiento torpe, casi involuntario. Pero Julia no lo soltó, sino que lo abrazó con más fuerza, y comenzó a acariciarlo, mientras le susurraba con dulzura:
—Royce... sé que todavía te duele lo que pasó cuando me fui. Pero yo tenía mis razones… Mi madre estaba muy enferma y el viejo Alfa me amenazó. Me dijo que, si no obedecía la mataría. No tuve otra opción. Aunque acepté sus condiciones, nunca accedí a que él me marcara. Mi corazón… —Apretó aún más su brazo— solo ha tenido espacio para ti. Perdóname, por favor.
Julia hablaba con una tristeza tan honda que parecía la loba más desamparada del mundo.
¿Será eso lo que lo mantenía atado a ella? ¿Que sea buena, valiente y… desgraciada?
Royce apenas sonrió, una mueca que no llegó a los ojos, y, con tranquilidad, dijo:
—¿En serio? Yo pensé que era porque el Alfa de aquel otro clan era más fuerte que yo. Que, por eso… nunca pensaste en pedirme ayuda y solo te fuiste, sin más.
Julia bajó la cabeza, en silencio. Pero era lista. Sabía que, si desviaba la conversación hacia mí, Royce dejaría de presionarla.
Todos podían notar lo poco que me soportaba.
—Ya veo... Así que eso es lo que piensas de mí. Me odias —susurró Julia, con voz temblorosa, aprovechando la oportunidad—. Por eso dejas que Diana haga lo que quiera conmigo. Aunque quiera contactar a los lobos errantes para matarme... aunque me escondiera las hierbas cuando más las necesitaba... No te importa, ¿cierto? Si esta es tu venganza —murmuró, apretando los labios como para no llorar—… pues ya lo lograste. Me duele, Royce.
Mentía... mentía tan bien que hasta parecía sentirlo.
¿Cómo podría yo haber hecho todo eso, cuando apenas me encargaba de algunos pocos asuntos de luna, sin acceso ni a los recursos ni a las conexiones?
¿Y las hierbas? La verdad era mucho más simple: yo también las necesitaba para seguir viva. No era tan generosa como para morir por ella.
Bastaba una simple investigación para ver que todo lo que decía era puro humo. Pero él creyó esas mentiras, por más simples que fueran.
Es que de verdad le importaba Julia. Mucho.
Después de escuchar todo lo que ella inventó sobre mí, lo primero que hizo Royce fue convocar una reunión del clan. Y ahí, delante de todos, de los betas, de los ancianos, incluso de los omegas más jóvenes, me acusó sin pestañear. Me llamó cruel, perversa, alegando que lo que había hecho era imperdonable.
Yo me quedé ahí parada, con la garganta seca, sin entender cómo habíamos llegado a ese punto.
Pero entonces vino lo peor: Royce contactó a los lobos errantes. No me dieron tiempo de decir nada. Apenas lo supe, ya me estaban arrastrando dentro del bosque oscuro.
Me golpearon. Me desgarraron la piel. Me humillaron como si yo fuera una criminal.
Y él... estaba ahí, mirando desde arriba. Observando todo.
Miraba mi cuerpo desnudo, cubierto de sangre, tirado ahí con una miseria que dolía… como si no fuese nada.
Se rio, me señaló con el dedo, y con esa voz tan suya, que solía susurrarme promesas, exclamó:
—Estas cicatrices son la prueba de tu traición. Si vuelves a tocar a Julia, todos lo sabrán.
Caí al suelo, temblando, intentando respirar y encontrar el valor para hablar.
—Yo no hice nada. Alfa... ¿por qué me haces esto...?
Pero no me escuchó. Lo que yo dijera no le importaba en absoluto. No estaba ahí para saber la verdad, ni para entenderme… solo quería destruirme.
Y lo logró.
A Julia, claro, nunca le contó nada. Así podía seguir fingiendo que era la víctima, mientras yo seguía preguntándome: ¿qué buscaba él con todo esto?
¿Quería verse como el héroe silencioso, protegiéndola desde las sombras? ¿Quería ser el héroe de su historia?
Y si de verdad no me amaba… ¿Entonces para qué me había marcado? ¿Por qué me había hecho su luna?