Capítulo 2
Royce regresó con las hierbas justo cuando Jason, ya transformado en lobo, corría hacia él a toda velocidad.

Casi lo arrolla, y Royce, obligado a retroceder un paso, soltó un insulto entre los dientes.

Pero Jason ni siquiera lo notó.

Ya estaba frente a mi cadáver, con los ojos anegados de lágrimas. Extendió una mano temblorosa para tocarme, pero, al sentir el frío de mi piel, la retiró de inmediato.

Finalmente, no pudo más. Cayó de rodillas junto a mí y rompió en llanto, murmurando entre sollozos:

—Diana... ¿por qué... por qué te fuiste así? ¿Por qué no aceptaste ser mi luna? ¡No podía soportar verte sufrir!

Dicen que llorar es contagioso. Después de morir, había logrado mantenerme relativamente serena. Pero ver a Jason así... hizo que no pudiera evitar quebrarme también.

Jason era el alfa de la Manada Stormclaw, y, para llegar tan rápido hasta donde yo estaba, sin duda había sorteado más de un obstáculo. Pero lamentablemente... ya era demasiado tarde.

Yo era huérfana, adoptada por el antiguo alfa de Stormclaw, el padre de Jason.

Al principio, él no me soportaba. Me llamaba «princesa de sombra» o «perra callejera», y nos pasábamos el día peleando.

Sin embargo, con el tiempo, algo cambió. Cada vez que alguien se atrevía a ridiculizarme, Jason era el primero en interponerse, mostrando sus colmillos y garras para protegerme.

Me fui de Stormclaw por Royce.

El viejo alfa nunca me adoptó por amor. Lo hizo para usarme como moneda de cambio, como un regalo para fortalecer alianzas con otros clanes. Yo sabía que Jason me amaba, pero también era consciente de que su padre jamás aceptaría nuestra relación.

Alejarme había sido la mejor decisión... para el bien de la convivencia familiar.

Él lo entendió. Por eso, cuando hui de la manada, fue Jason quien encubrió mi escape.

Recuerdo su grito, desesperado, mientras corría:

—¡Corre, Diana! ¡Más rápido!

El viento arrastró sus palabras hasta mis oídos.

Ese día, creí que me dirigía hacia la libertad. Pero al final... fue Jason quien terminó cargando mi cuerpo inerte.

Jason me llevaba en brazos cuando se cruzó con Royce, quien se había alejado a buscar miel, ya que Julia se había quejado enseguida del amargo sabor de las hierbas.

Yo, en cambio, solo le había pedido que me trajera algo de comida... y ni eso se había dignado a hacer por mí.

—¡Muévete, no bloquees el paso! —le soltó Jason, con una furia que apenas podía contener.

Desde que lo vio, lo miró con un odio tan crudo, tan feroz, que parecía que añoraba matarlo en ese mismo instante.

Royce, molesto, apenas le dedicó una mirada. Vio el cuerpo que Jason cargaba envuelto en una tela blanca y, aunque a regañadientes, terminó apartándose del camino.

Estaban a punto de cruzarse cuando Royce se detuvo, con su mirada clavada del brazo que sobresalía bajo la tela.

—¡Espera! —dijo, con desconfianza—. ¿A quién llevas ahí?

Miré a Jason, tensa, sin saber qué respondería.

Parte de mí no quería que dijera la verdad. Solo deseaba que desapareciera, simplemente, de la vista de Royce. Pero, otra parte… quería ver cómo reaccionaría al enterarse de mi muerte.

Jason lo miró de frente, con los ojos cargados de odio.

—Es mi luna —escupió.

Los dos nos quedamos paralizados por un momento.

Royce sabía muy bien que Jason me quería. Lo sabía desde hacía tiempo… y, aun así, le encantaba presumir de nuestra relación frente a él, disfrutando de ver que Jason se alejaba cada vez más de mí.

—¿Cómo es que no sabía que tenías una luna? —preguntó Royce, con una sombra de desconfianza en la voz—. ¿Quién es? ¿Desde cuándo?

Jason ni siquiera se molestó en fingir cortesía.

—¿Y a ti qué te importa? —le soltó, molesto.

Royce se tensó de inmediato, la rabia cruzándole la mirada.

—Pensé que amabas a Diana de verdad... pero ya veo, encontraste otra —le soltó con una mueca amarga—. Todo tu amor era una fachada.

Jason soltó un profundo suspiro, lo miró como si ya no valiera la pena gastar palabras en él, y, tranquilo, replicó:

—Claro... porque en este mundo, nadie ama tan limpio y puro como tú lo haces con tu luna, ¿no?

Dicho esto, se dio la vuelta y siguió caminando, dejándolo atrás.

Yo sabía que esas palabras las había dicho por mí. Para burlarse de él.

Le lancé a Royce una última mirada, cargada de burla y desdén. Su rostro, lleno de rabia y vergüenza, de repente me pareció... extraño. No era el hombre que yo había amado, ahora era un completo extraño.

Me llevé la mano al pecho, sintiendo con dolorosa claridad cómo algo dentro de mí se rompía sin remedio.

Ya no lo amaba. Tal vez... ese era el fin.

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