—¿Por qué no dejamos el pasado atrás y comenzamos otra vez? Royce, no me importa que hayas tenido otra luna. Y tampoco quiero que te importe que yo, en su momento, me haya ido. Sabemos que esto no es una traición, nos amamos, y deberíamos estar juntos.
La voz de Julia era suave y melodiosa; siempre sabía cómo ganarse el cariño de Royce. Yo, en cambio, por más que hiciera todo lo posible por calmarlo, él jamás me prestaba atención. Sus preferencias eran más que evidentes.
Y yo seguía atrapada en esos pequeños gestos de cariño del pasado, aferrada a lo poco que había creído verdadero… hasta que fallecí, y finalmente pude ver a Royce tal como era.
Toda la ternura, toda la atención, era para Julia. Conmigo, en cambio, siempre había sido cruel.
Solo de pensarlo, sentía el corazón entumecido. Pero ya no me importa. Que Julia siguiera diciendo lo que quisiera de mí, y que Royce me odiara todo lo que se le antojara…
Ya no me dolía. Ya no me interesaba.
—Ahora no es momento para hablar de esto —dijo Royce, empujándola con suavidad—. Descansa un poco, ¿sí?
Dicho esto, salió de la habitación sin notar la mirada cargada de rencor que Julia le lanzaba por detrás.
Royce volvió a la casa donde habíamos vivido juntos y la oscuridad lo envolvió.
Desde que me había convertido en su luna, solía dejar una luz encendida sin importar lo tarde que fuera. Para mí, esa era una forma de decir: este es nuestro hogar.
Por lo que, al entrar, lo primero que notó fue la ausencia de aquella luz. Tampoco quedaba rastro de mi olor. El aire solo olía a polvo, como si el lugar llevara un buen tiempo abandonado.
Se quedó quieto unos segundos, y, luego, con furia, gritó hacia mi antigua habitación:
—¿Diana? ¿Cómo te atreves a enojarte conmigo? ¡Era tu deber entregarle el antídoto a Julia! Si no manipulaste todo, ¿cómo es que terminó envenenada? ¡Esto es lo que mereces! ¡Tú te lo buscaste!
Hasta ahora, su tono seguía cargado de desprecio, de reproche.
Yo flotaba a su lado, burlándome de él. Habíamos vivido juntos por cinco años, fui su luna todo ese tiempo... y, aun así, prefirió creer las mentiras que otros inventaron sobre mí.
Hoy me quitó el antídoto. Mañana, quién sabe, quizá también la vida.
Por suerte, ya estoy muerta. Se acabaron esos días en los que me quedaba esperando, desesperada, por algo que nunca llegaba.
Royce empezó a buscarme por la casa. Y, obviamente, no me encontró. Lo único que halló fue la comida que había preparado para él hacía un mes, la cual, por obvias razones, ya estaba podrida. Ni siquiera pudo reconocer qué era… y, para ser sincera, ni yo misma recordaba qué había cocinado ese día.
Lo único que conservo con claridad de aquella tarde es la imagen de los guerreros del clan irrumpiendo en la casa, tapándome la boca y atándome.
Era el aniversario de nuestra marca. Ahora, rebautizado como el día en que morí. Y también, claro… el día en el que Julia se curó del veneno de lobo.
Mientras yo me retorcía bajo las garras de la bestia, Royce probablemente sostenía la mano de Julia, susurrándole con toda la dulzura del mundo que no tuviera miedo. Y mientras el veneno me hacía gritar, él seguramente le exigía al curandero que la salvara a ella a toda costa.
«¿Entonces… qué era yo para él?», me pregunté, sin poder evitarlo.
Royce me llamó varias veces. Incluso cerró los ojos, intentando contactarme mentalmente.
Casi nunca usaba ese tipo de vínculo conmigo. O mejor dicho… solo lo hacía cuando se trataba de asuntos del clan. Nunca pensando en mí.
Su paciencia se fue agotando, poco a poco, al ver que yo… no respondía.
En ese instante, algo en su mirada se quebró por un momento.
Su lobo intentó tomar el control de su cuerpo, como si buscara alcanzarme de alguna forma, pero no pudo encontrarme. Se tensó, incómodo, pero enseguida reprimió sus instintos y, apretando los labios, dejó una carta sobre la mesa:
«Si alguna vez lees esto, sabrás cuánto me frustró enfrentarme a esta casa desordenada y sucia. Evitar los problemas no te va a ayudar, Diana. Si sigues jugando, ya puedes ir asumiendo mi rechazo.»
¿Rechazo? Está bien así. Si desde el principio hubiera entendido que Royce no me amaba, quizá no habría muerto de una forma tan miserable.
Mandó a un lobo con un mensaje, pero terminó trayendo noticias de Julia.
—Dice que olvidó algo en el hospital... y que espera que te alejes del clan para poder ir a buscarlo.
Royce aceptó sin pensar demasiado. Pero justo antes de salir, se detuvo.
Una sombra de duda le pasó por la mente, pero la apartó enseguida sin darle mucha importancia.
Y se fue.
Prefería ir a buscar las cosas de Julia en plena noche, antes que molestarse siquiera en preguntar por mi paradero.
Royce se dirigió al hospital, donde se encontró con un asistente del curandero. Este hombre había sido destituido como gran curandero por orden del Alfa; pero después de mi muerte, tras el envenenamiento, quedó claro que no había mentido. o.
Intentó regresar al hospital, aunque solo le permitieron volver como asistente. Al ver a Royce, no pudo evitar lanzarle una mirada de desprecio y soltar, con un tono cargado de ironía:
—¿Hasta ahora te acuerdas de tu luna muerta? Tranquilo, ya se llevaron su cuerpo. No hace falta que vengas a recoger nada.
Royce se quedó helado. Sus ojos, duros, se clavaron en el asistente.
—¿De qué hablas?
El asistente rodó los ojos, fastidiado.
—De tu luna, Diana. Bueno... —respondió, encogiéndose de hombros— si ya la rechazaste, olvida que alguna vez te dije algo. Estaba gravemente envenenada —espetó—. Y, aun así, le quitaste el antídoto que ella misma había encontrado. Si querías cambiar de compañera, Royce, podrías haberlo dicho. No era necesario que recurrieras a métodos tan crueles.