—¡Feliz cumpleaños, princesa! —chilló mamá a todo volumen, y podría jurar que su grito se escuchó por todo el edificio—. ¡No puedo creer lo grande que estás, hija! —agregó con un tono nostálgico que me hizo sonreír aún medio dormida, con el celular pegado a la oreja.
Abrí los ojos y me tomó un par de segundos antes de terminar de despertar y abrir los ojos.
—Hola, mamá. Muchas gracias —respondí con una sonrisa inconsciente, mientras entrecerraba los ojos para ver la hora en la pantalla—. ¿Por qué me estás llamando a las ocho de la mañana? ¿Estás ebria? —pregunté con tono divertido, soltando un bostezo inevitable.
—Ya quisiera estarlo —rió—, pero con tu padre nos despertamos temprano hoy y no podíamos esperar más para llamarte y felicitarte en este día tan especial.
Escuché un murmullo de fondo y el ruido de algo moviéndose, como si estuvieran peleando por el teléfono.
—Espera, cariño, te voy a poner en altavoz para que tu padre también pueda hablar contigo —anunció entre risas.
—Está