Alejandro respondió, molesto:
—No vengas a hacerte la víctima. Yo no te dije que fueras a ningún lado. Si vas a afirmar que fui yo, muéstrame pruebas.
—¿No me mandaste un mensaje? ¿Ahora vas a negar todo? No estoy tonta, sé lo que leí. Perdí mi celular cuando escapaba, así que no tengo pruebas. —Le extendió la mano—. ¿Me prestas tu teléfono?
Alejandro estaba seguro de que no le había mandado nada, así que sacó el celular y se lo dio a María.
María revisó los mensajes con él, y de verdad, no había ningún mensaje de nada.
—¡Lo borraste! —gritó María y le aventó el teléfono.
—¡Esto no se va a quedar así, Alejandro!
El celular cayó a los pies de Alejandro y la pantalla se rompió.
Alejandro la miró con rabia, los ojos le brillaban de puro enojo.
Cuando María vio esa mirada, se asustó y no se atrevió a verlo a la cara.
Alejandro recogió el celular del suelo y se lo guardó. La miró con unos ojos amenazantes como el viento en invierno:
—María, si no quieres casarte, dilo de una vez. No te pong