El marco de la foto tenía los bordes pulidos, como si alguien los hubiera acariciado muchas veces.
Luciana sintió un destello de envidia.
Eso… eso debía ser el verdadero amor.
Y no todos tenían la suerte de encontrarlo.
Algunas tenían que conformarse con una pesadilla disfrazada de amor.
Sebastián notó la emoción en los ojos de Luciana y apretó los labios un poco.
—¿Aún crees en el amor?
Luciana no dudó ni un segundo.
—No.
Ese tipo de charlas no le parecían apropiadas para tenerlas con Sebastián, así que sonrió y cambió de tema.
—No pensé que usted también viniera hoy a visitar al profesor. Qué coincidencia.
Sebastián tenía el vaso entre las manos.
—Sí, qué coincidencia.
De pronto, la puerta sonó, y el profesor Manolo regresó con las manos vacías.
—¿Profesor, y lo que iba a recoger? —preguntó Luciana, algo sorprendida.
Parecía que el profesor Manolo había olvidado que su excusa para salir era buscar algo.
Pero a su edad, ya había pasado por muchas cosas. Con una frase simple, disimuló