Cuando vio que Luciana se acercaba, el profesor Manolo fingió estar concentrado observando los peces.
—Profesor, ¿quiere que prepare algo de cena? —preguntó Luciana. Él vivía solo. Aunque su familia había intentado contratar a alguien que lo ayudara, él no lo permitía. No le gustaba tener extraños en casa. Prefería cocinar él mismo, incluso si eso significaba comer solo.
Lo que mejor sabía preparar eran fideos.
—Hoy invito yo. Vamos a cenar afuera —dijo el profesor Manolo.
—Suelo cenar tarde, así que iremos más tarde. ¡Ah! Casi lo olvido. Dejé algo en la tiendita de abajo, tengo que ir a recogerlo.
Dicho eso, se puso en camino. Al llegar a la puerta, le recordó a Luciana:
—Recuerda comerte los alfajores que están en la mesa.
—Profesor, si quiere voy yo por usted —se ofreció Luciana.
—No sabes lo que es. Quédate aquí esperándome. Ah, y acompaña a Sebastián. Está muy ocupado, y que haya venido es un milagro. Dale las gracias de mi parte.
Luciana no pudo rechazar la petición, así que asin