Capítulo 41

Revise los mensajes de mi papá apenas me senté en la oficina. Su entusiasmo traspasaba la pantalla:

> *“Qué bien que tú llevarás el proyecto. Confío en tus habilidades y potenciales.”*

Cerré los ojos un segundo, respiré hondo y respondí sin pensarlo mucho:

> *“Sí, papá. Me esforzaré para que esta alianza nos sirva para sacar adelante la empresa.”*

No podía mostrarle mis dudas. Mucho menos contarle lo que pasaba detrás de esas paredes frías y pulcras.

Me sumergí en mi trabajo. No salí a almorzar, no hablé con nadie. Ignoré por completo a Verónica, que pasaba como una sombra detrás de mi puerta con esa sonrisa hueca que ya me tenía enferma. Salí una hora antes. No quería encontrarme con Fabián, ni con su perfume, ni con su mirada, ni con su presencia.

Solo quería llegar a mi casa.

Al abrir la puerta, algo me detuvo en seco. Un aroma familiar, cálido, hogareño.

—Mi niña… —dijo una voz que hizo que se me encogiera el corazón.

—¿Rosita? —pregunté, parpadeando varias veces como si no pudiera creerlo.

Ella corrió hacia mí con los brazos abiertos. Nos fundimos en un abrazo que me hizo temblar.

—Te extrañé tanto, mi niña —dijo con voz entrecortada, acariciándome el cabello como si no hubiera pasado el tiempo.

—Rosita… —susurré, con lágrimas en los ojos—. Necesitaba este apoyo. Pero… aún no puedo pagarte dignamente.

—Tranquila, mi niña. Ya todo lo arregló don Fabián. Si ese hombre no te ama, no sé entonces qué es amor. Me ofreció muy buenas propuestas laborales… y me trajo de vuelta.

Me congelé por un segundo.

—¿Amarme? —reí con tristeza—. Rosita, ese hombre me odia. Pero… con que tú estés aquí, todo pasa. En serio. Gracias.

Y lo decía en serio. Su presencia en casa fue como un bálsamo. Me sentí acompañada, arropada. Me preparó la cena como si fuera una fiesta: mis platos favoritos, aromas que me hacían cerrar los ojos de placer.

Comí con entusiasmo. Con alegría. Había decidido empezar de cero. Sin Fabián. Sin ese amor torcido que me drenaba el alma.

Después de cenar, me metí a la ducha. Dejar caer el agua caliente sobre mi piel fue como desintoxicarme de todo lo que venía cargando.

Salí envuelta en la toalla, con la intención de ponerme mi pijama más cómoda, pero algo me detuvo: mi celular vibraba.

Llamadas perdidas de Fabián.

Y dos mensajes:

> *“Te espero en la mansión.”*

> *“Más vale que llegues.”*

Tragué saliva. Sentí el nudo en el estómago. Pero esta vez no me tembló la mano. Esta vez no dudé. Esta vez fui yo la que marcó el límite:

> *“No pienso ir a tu maldita mansión. Y déjame en paz. De ahora en adelante no me escribas si no es por algo laboral.”*

Bloqueé la pantalla. Me puse la pijama. Y me puse algunas cremas faciales, por primera vez en mucho tiempo, sentí que algo en mí se estaba alineando.

Tal vez el dolor seguía, sí. Pero también empezaba a florecer una fuerza nueva. Una decisión.

Esta vez, no iba a quebrarme tan fácil.

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