Revise los mensajes de mi papá apenas me senté en la oficina. Su entusiasmo traspasaba la pantalla:
> *“Qué bien que tú llevarás el proyecto. Confío en tus habilidades y potenciales.”*
Cerré los ojos un segundo, respiré hondo y respondí sin pensarlo mucho:
> *“Sí, papá. Me esforzaré para que esta alianza nos sirva para sacar adelante la empresa.”*
No podía mostrarle mis dudas. Mucho menos contarle lo que pasaba detrás de esas paredes frías y pulcras.
Me sumergí en mi trabajo. No salí a almorzar, no hablé con nadie. Ignoré por completo a Verónica, que pasaba como una sombra detrás de mi puerta con esa sonrisa hueca que ya me tenía enferma. Salí una hora antes. No quería encontrarme con Fabián, ni con su perfume, ni con su mirada, ni con su presencia.
Solo quería llegar a mi casa.
Al abrir la puerta, algo me detuvo en seco. Un aroma familiar, cálido, hogareño.
—Mi niña… —dijo una voz que hizo que se me encogiera el corazón.
—¿Rosita? —pregunté, parpadeando varias veces como si no pudier