El frío recorrió mi espalda como una advertencia. Abrí los ojos lentamente, sintiendo el peso de la madrugada y del cuerpo agotado. La luz apenas entraba por la ventana. Era muy temprano.
Fabián estaba frente al espejo, abrochando su camisa con la precisión de siempre. Se veía impecable, como si la noche anterior no hubiera pasado, como si no me hubiera hecho temblar entre sus brazos. Me miró de reojo. Cerré los ojos rápidamente, fingiendo estar dormida.
—Ya vi que estás dormida… —murmuró con ese tono burlón que me rompía por dentro—. Eres tan mentirosa, Ana. Pero ni eso te sale bien.
Me quedé en silencio, conteniendo el aire.
—Nos vemos en la oficina a las 7 en punto. Ni un minuto tarde o te lo descuento del sueldo —agregó con frialdad, como si nunca hubiéramos sido nada.
—Ok, jefe —dije sin emoción, mientras me incorporaba poco a poco en la cama, apoyándome en el espaldar.
Fue entonces cuando sentí su mirada clavada en mí. La seguí con la vista y noté que estaba fijamente concentrad