Me subí al bus, temblando. Sentía un vacío en el pecho. No podía permitirse ser tan sucio, tan bajo. Me quería manipular… y lo peor es que sabía cómo.
Llegué a casa agotada, empapada y con la cabeza a punto de explotar. Cociné algo rápido, nada con sabor, pero suficiente para no irme a la cama con el estómago vacío. Solo quería dormir.
Pero justo cuando me metía en la cama…
¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!
Golpes secos y fuertes en la puerta. Bajé de inmediato.
Mi casa, aunque enorme, ahora parecía un eco de lo que alguna vez fue. Ya no estaba Rosita, mi ama de llaves, la mujer que me crió. Se fue llorando porque no podía seguir pagándole. Me dolió tanto… parecía que todo se me venía abajo.
Bajé con el corazón latiéndome en la garganta. Pensé que sería Diana. Ella tenía copia de la llave… ¿por qué no entraba?
—¿Quién es? —pregunté, dudando.
—¡ABRE LA MALDITA PUERTA! —gritó una voz que me heló la sangre.
Era Fabián.
—¡Ve a dormir o llamo a la policía! Tienes que aceptar que tu juguete sexual se cansó