Intenté seguir la noche como si nada. Reí un poco más, brindé con Diana y Sofi, y hasta fingí que bailaba con ganas mientras Mathias me tomaba de la mano. Pero ya no era igual.
Algo en mí se había apagado. O se había roto. No sé. Tal vez ambas.
La imagen de Fabián cruzando el bar, la rabia en su rostro, su voz gritando frente a todos... y luego, ese desdén calculado, esa forma de lanzarme a la indiferencia como si fuera basura. Todo eso me seguía como una sombra.
Y encima, los malditos informes.
—Te llevo, Ana. La noche nos la arruinó ese imbécil —dijo Mathias, con ese tono protector que usaba cuando intentaba hacerse el fuerte por mí.
Diana y Sofi nos siguieron hasta el estacionamiento. Ellas se fueron en su auto, con un beso en la mejilla y una mirada de esas que decían “escríbenos si necesitas”.
Yo solo asentí.
El camino en el carro de Mathias fue silencioso al principio. Él puso algo de música suave, como si con eso pudiera calmar el nudo que llevaba en el pecho. Pero, como siempr