Los días siguientes fueron similares. Rutina. Tensión. Silencios. Órdenes. Miradas esquivas. Noches en las que llegaba a casa exhausta, pero no por el trabajo, sino por el esfuerzo sobrehumano de fingir que todo estaba bien.
A veces, Rosita me hacía reír con alguna historia de su juventud o con sus teorías sobre la vida. Decía que cada persona llega a enseñarnos algo. Que Fabián, con toda su oscuridad, me estaba ayudando a encontrar mi propia luz.
No estaba segura de eso todavía, pero me aferraba a la posibilidad.
*
El viernes llegó con una lluvia constante y un cielo gris que parecía una metáfora perfecta de todo. Justo antes de salir, recibí un mensaje en el grupo de la oficina:
**“Reunión de seguimiento general, 5:00 p.m., sala 2. Asistencia obligatoria.”**
A las cinco en punto, todos estábamos sentados. Fabián llegó tarde, como siempre, y comenzó a hablar con esa voz neutra que ya me parecía una daga bien afilada.
Durante toda la reunión evitó mirarme, pero cada vez que hablaba de