Tomé las tazas con firmeza
—Permiso —dije sin agachar la mirada—. Sus cafés. Sonreí con hipocresía; mi pecho dolía de solo pensar en lo que él me había hecho sentir. —Gracias, Ana. Qué cortes —comentó Gerard, con compasión en los ojos. Antes de que pudiera responder, Fabián intervino en tono autoritario: —Toma, trascribe esto —dijo, ignorándome por completo. Asentí con la cabeza y salí de la habitación, encaminándome de regreso a mi escritorio. De pronto, la puerta se abrió de golpe y entró un hombre: alto, musculoso y con una presencia arrogante. —Buenos días —saludó con una sonrisa coqueta que me recorrió de pies a cabeza. Me miró detenidamente, como si intentara desnudarme con la mirada. Su seguridad lo envolvía, y algo en él me resultaba inquietantemente familiar. —Soy Thomas Herrera. Puedes decirle a Fabián que ya llegué —añadió, desplegando la misma sonrisa. —Claro —respondí casi sin pensar—. Enseguida le aviso. Corrí por el pasillo hasta encontrar la oficina de mi jefe. Antes de entrar, alcancé a escuchar a Gerard, con un tono preocupado: —Debes tratar mejor a Ana. Se va a aburrir rápido. Fabián lo ignoró, pero alcancé a oír su respuesta cargada de arrogancia: —¿Aburrirse? Ya verás si la hago necesitarme. A ver si así deja de jugar conmigo y con otros. Empujé la puerta sin pedir permiso. Instintivamente me arrepentí al ver la furia en sus ojos. —¿Qué demonios haces? —me espetó, con el rostro tenso. —Disculpe, jefe —dije con voz temblorosa—. Thomas Herrera acaba de llegar y… quiere saber si puede atenderlo. Fabián frunció el ceño y, sin más, murmuró: —Que pase. Guía a Thomas, quien me siguió con mirada de cazador. —Aquí es, por favor, pase —dije señalando la oficina. —Gracias, preciosa —respondió Thomas, inclinando la cabeza ligeramente. Fabián, impaciente, vociferó: —¡Espera, Ana! Sírvele algo de bebida. No tengo que recordarte tus obligaciones. Sonreí con ironía, intentando no mostrar lo irritada que estaba. —Con gusto, jefe. ¿Qué le ofrezco, señor Herrera? Thomas entrecerró los ojos, mostrando un brillo de malicia: —Después del trabajo, acompáñame a tomar algo. Estoy seguro de que yo si sabré apreciar tu presencia . —Disculpe… —¿Qué demonios te pasa, Ana? —interrumpió Fabián con voz atronadora—. Te pedí servirle una maldita bebida, no ponerte a coquetear con él. Abrumada, lo miré sin entender qué había hecho mal. —Por mí no estaría mal que quisieras coquetearme —dijo Thomas con descaro. Fabián explotó: —¡Mierda, sal ahora mismo, Ana! Crujiendo los puños, obedecí y salí corriendo. Antes de llegar a la puerta, sentí que Thomas me tomaba la muñeca: —Espera, preciosa… —murmuró con voz lujuriosa—. Dame tu número. Te invitaré a cenar esta misma noche. Fijé la mirada en Fabián, que me observaba rojo de furia, como un depredador que acaba de ver a su presa escapando. Me eché hacia atrás y retiré mi mano con delicadeza, sin perder la compostura: —Gracias por la oferta, señor Herrera, pero no mezclo trabajo con lo personal. Disculpe. Gerard se asomó junto a Fabián, con la preocupación pintada en el rostro al ver la tensión entre nosotros. Fabián apuntó con desdén a Thomas: —¡Deja de acosar a mi secretaria! Maldita sea… ¿acaso no la puedes desear sin convertir todo en un show? Thomas sonrió y, mientras se alejaba caminando despacio, añadió: —No puedes negar que está hecha una diosa, Fabián. Salí de allí como un torbellino, sintiendo el zumbido de los cumplidos de Thomas y la furia abrasadora de mi jefe a mis espaldas. Corrí hacia mi escritorio, deseando desaparecer bajo el montón de papeles. Pensé, con rabia y desesperación: *¿Por qué me sentí culpable por vestirme tan bien hoy? ¿Por qué tenía que convertirme en el blanco de su ira por el simple hecho de ser linda?* Deslicé la silla hacia atrás y me dejé caer, tapándome la cara con una mano. Quería gritar, llorar, salir corriendo de la oficina y no mirar atrás. Pero respiré hondo y me obligué a enderezarme. Aún me quedaba toda la jornada por delante. Y no iba a permitir que este día me venciera.