Me concentré en mis tareas con firmeza, decidida a olvidar por unas horas la montaña rusa emocional en la que estaba atrapada. El tiempo voló, y cuando levanté la mirada de la pantalla, sentí una sombra sobre mí. Me sobresalté al ver a Thomas, inclinado sobre mi escritorio, con el codo apoyado y la barbilla recostada en su mano, observándome como un niño curioso.
—Hey… te ves preciosa cuando estás tan concentrada —susurró con una sonrisa descarada. —¿Entonces qué? ¿Pensaste en mi invitación? —continuó—. Lejos de tu jefe, tú y yo podríamos tener una cena muy especial. Vamos, dame tu número —dijo con tono seductor, sin quitarme los ojos de encima. Abrí la boca para responder, intentando mantener la compostura: —Mire, señor Thomas… Pero no alcancé a terminar. De pronto, sentí una presencia densa, como una tormenta cargada de electricidad: Fabián. Había llegado sin que lo notara, y su mirada era tan fría como una cuchilla recién afilada. —Con gusto iremos a cenar —dijo con una sonrisa que no le alcanzaba a los ojos. Su voz era hielo puro, pero se notaba la ira detrás de cada sílaba. Thomas se incorporó sorprendido. —Hey, hey, jamás te invité a ti —respondió confundido. Fabián no se inmutó. —Por el favor que te hice la semana pasada, me debes una cena. No te hagas el desmemoriado —dijo con arrogancia, cruzando los brazos. —Bueno, bueno, no se peleen por salir conmigo… y con mi futura novia —añadió Thomas, guiñándome el ojo. Fruncí el ceño con discreción. Este tipo ya estaba cruzando todos los límites. Antes de que pudiera reaccionar. Fabian, Su rostro reflejaba decepción y furia, y sus palabras fueron como una bofetada. —Mira qué descarada eres, Ana. Estás en horario laboral y ya le pasaste tu número a este idiota —soltó con rabia contenida. Lo miré con calma, sin parpadear. —Piensa lo que quieras. No tengo que darte explicaciones —contesté, fingiendo que las palabras de Fabián no me afectaban. Luego, me giré hacia Thomas con una sonrisa diplomática. —Señor Thomas, ¿sería tan amable de permitirme continuar con mi trabajo? Gracias. —¡Vaya, qué agallas para callarte Fabián! —intervino Thomas, aún más divertido con el caos que estaba provocando. Pero Fabián no estaba para juegos. —Ana —dijo con voz firme, sin mirarme del todo—. Esta noche saldremos a cenar con Thomas, como tanto lo deseas. A las siete. Sentí un nudo en el estómago. Lo dijo como si yo lo hubiera planeado, como si él no fuera el que siempre terminaba obligándome a entrar en sus juegos. —¡Yeihhh! —celebró Thomas, levantando la mano como si ya lo hubiéramos acordado—. Nos vemos esta noche a las siete, preciosa. Y sin más, se fue caminando como si hubiera ganado un trofeo. Yo permanecí quieta. Fabián me miró con desdén, esa mirada que conocía bien, esa que usaba cuando se sentía traicionado. —Te saliste con la tuya —murmuró con desprecio—. Uno más a tu lista, ¿no? Abrí la boca para decir algo, pero la cerré de inmediato. ¿Para qué? Él ya había decidido en qué casilla meterme. No me escuchaba. No me creía. Y lo peor… es que, a pesar de todo, mi pecho dolía por dentro como si sus palabras fueran verdad.