Me concentré en mis tareas con firmeza, decidida a olvidar por unas horas la montaña rusa emocional en la que estaba atrapada. El tiempo voló, y cuando levanté la mirada de la pantalla, sentí una sombra sobre mí. Me sobresalté al ver a Thomas, inclinado sobre mi escritorio, con el codo apoyado y la barbilla recostada en su mano, observándome como un niño curioso.
—Hey… te ves preciosa cuando estás tan concentrada —susurró con una sonrisa descarada.
—¿Entonces qué? ¿Pensaste en mi invitación? —continuó—. Lejos de tu jefe, tú y yo podríamos tener una cena muy especial. Vamos, dame tu número —dijo con tono seductor, sin quitarme los ojos de encima.
Abrí la boca para responder, intentando mantener la compostura:
—Mire, señor Thomas…
Pero no alcancé a terminar. De pronto, sentí una presencia densa, como una tormenta cargada de electricidad: Fabián. Había llegado sin que lo notara, y su mirada era tan fría como una cuchilla recién afilada.
—Con gusto iremos a cenar —dijo con una sonrisa que