Salimos a hurtadillas de esa casa, el calor a esa hora era insoportable y el miedo a ser descubiertas cubría mi frente de sudor…
La señora Meche nos había indicado que el punto de encuentro con el tal Miguel quedaba a las afueras del pueblo, en una zona del desierto. Ella y su marido, don Juan nos encaminaron, no podían llevarnos directamente con él coyote pues la frontera estaba demasiado custodiada, Estados Unidos estaba en proceso de elecciones y por lo que nos habían comentado, las fronteras se custodiaban más de lo normal por la migra, como le decían aquí.
—Hasta aquí puedo llegar, Sarita —don Juan detuvo la camioneta y nos miró con cara de preocupación —. Solo deben seguir por este camino, la casa de Miguel es la única en los alrededores.
—Gracias Juan y a ti Meche por todo, no sé cómo vamos a pagarles por lo que han hecho por nosotras. —dice mi madre entre sollozos abrazando a la señora Meche.
—Ya, Sarita. Vayan que la noche será larga y necesitan salir de aquí antes del amanecer y llegar al punto de encuentro con Miguel, espero que dios las acompañe y algún día saber que están bien del otro lado.
Tomamos nuestros pequeños bolsos y comenzamos la caminata hacia el lugar dónde nos indicó don Juan. El camino se hizo largo y estresante, pues a mi mamá le costaba caminar, ya habían pasado dos horas desde que comenzamos nuestra caminata y sentía que esto no iba a acabar nunca y entre la oscuridad y el desierto la situación se estaba poniendo color de hormiga.
El desierto era una cosa extraña que me invadía por todos lados, no tenía comparación con las dunas de Concón, pero lo que más me abrumaba era la sequía. Era un ser de mar, mi papá me decía su pequeña sirenita, pues cuando salían a buscar la pesca del día y los acompañaba disfrutaba de la brisa del mar y, a veces, solo a veces, de un buen chapuzón en mar abierto.
Mis pensamientos fueron interrumpidos por la voz de un hombre cerca de nosotros, ni siquiera lo escuché acercarse a nosotras y ya lo teníamos a menos de un metro de distancia cuando nos habló.
—¿Ustedes son las amigas de Meche?
—¿Y usted es Miguel?
—Así es señito, vengan conmigo, el calor será demasiado fuerte en unas horas y necesitan recuperar fuerzas para comenzar el viaje al anochecer.
—¿No partiremos ahora? —pregunté preocupada, necesitábamos alejarnos rápido y aunque ya no estábamos cerca del pueblo donde vivía ese maldito, el temor de lo que podría pasar después que se despierte me supera, pero deberíamos hacerle caso a este hombre, él era el experto ¿no?
—No, a pleno sol es más complicado pasar los pasos de control, por eso entre más tarde nos vayamos mejor y pronto el calor será insoportable.
—¿Mas todavía?
—Por supuesto estar afuera después de que salga el sol y en las primeras horas del día es un verdadero infierno. Además debo de ir a mi trabajo para buscar los suministros que debo pasar para el otro lado.
—Comprendemos — dijo mi madre tocando mi hombro para que calmara la preguntadera, así que me quedé callada, aunque me costara debía hacerlo, ese hombre era nuestro boleto a la libertad.
Llegamos a una pequeña choza y el hombre nos ofreció la entrada, el lugar era bastante humilde, «pero ¿qué esperabas en pleno desierto mujer?» Nada, era solo una acotación querida conciencia…
Pero se notaba que el lugar era solo uno de paso, pues con suerte tenía unas sillas y una mesa. Don Miguel nos ofreció agua y pan para calmar un poco la tripa y, luego de un momento de descanso, se sentó junto a nosotras para explicarnos cómo sería el cruce.
—Nos vamos a las once y media de la noche, tú te sientas atrás en mi camioneta y tu hija va conmigo, si nos paran te van a decir ¿What is your name? y tú das el nombre del papel, no tengas miedo. Si todo sale bien tendremos la primera parte hecha, será pan comido— nos dice ahora tuteándonos como si nos conociera de toda la vida, nosotras asentimos y seguimos escuchando sus instrucciones.
—Tienen que entender que todo dependerá de ustedes, yo puedo ir y venir sin problema, pero si nos pilla la migra mi trabajo será hasta ahí y tendrán que rascárselas por sí mismas.
—Entendemos, ¿pero usted cree que será difícil pasar?
—Todo dependerá si están de buen humor, a veces ni siquiera preguntan, otras veces solo hacen la vista gorda y, en el peor de los casos les gusta indagar más en el tema y aceptan favores, usted me entiende, seño.
Hice una cara de asco al comentario del coyote, pues entendía claramente a lo que se refería.
¿Qué es lo más sensato pensar? O peor aún ¿Qué es lo más sensato hacer en este caso si llegase a pasar?
No quería volver a ese lugar, no quería que mi madre volviera a ese lugar o que mi hermanita naciera bajo el alero de ese cerdo, así que estaría dispuesta a lo que fuera porque ella no sufriera más los golpes y maltratos de ese hombre.
—Otra cosa importante es lo que deben llevar puesto.
Se levantó y sacó un bolso de una trampilla que no había notado y lo abre, comienza a sacar ropa y otras cosas y nos las entrega. Me mira de pies a cabeza y vuelve a hablar.
—Tú pasas fácil por alguien de aquí, en cambio tu mamá va a estar difícil—nos dice de manera socarrona y eso podía ser cierto. El tipo físico juega un papel al momento de cruzar la línea, el color de la piel puede ayudar o dificultar el cruce, los controles migratorios no se dejan totalmente al azar, los agentes operan a partir de estereotipos que no sólo se basan en la vestimenta o el comportamiento de quienes cruzan la frontera, también contemplan el tipo físico. Todos saben que entre más claro de piel menos acosado por las autoridades migratorias y menos estigmatizado será el migrante.
En mi caso era rubia de ojos azules como mi papá y mi madre castaña de ojos grises. Genética le decían por ahí.
Seguimos por un buen rato hablando y tomaba notas mentales de todo lo que nos explicaba, también del mapa con la ruta que íbamos a tomar y luego de toda la inducción que nos hizo se despidió, dijo que volvería para el anochecer, pues como dijo al principio, tenía que trabajar en su “trabajo legal” y hasta me dio un poco de risa su forma de decirlo. Dispuso unas colchonetas que sacó de la trampilla y nos dejó algo más de comer para el resto del día.
Salió en su camioneta y se llevó nuestras ropas con las que habíamos llegado. Era algo así como un seguro para él o un fetiche, no tengo idea, pero se fue con la promesa de volver y nos volvimos a quedar solas en el medio de la nada.