Señor Wood ¿se encuentra bien?

El salón quedó en silencio absoluto.

Ethan acababa de pronunciarlo:

—Solo he venido a hablar con Sofía.

Ni una risa.

Ni un murmullo.

Ni un cubierto chocando.

Nada.

Sofía sintió cómo cien ojos se clavaban en ella… y cómo los de Eduard ardían justo a su lado.

Él avanzó un paso, colocándose delante de Sofía, como un muro entre ella y Ethan.

—No tienes nada que hablar con mi prometida —escupió Eduard, con la voz cortada y tensa.

Ethan sonrió apenas, con el descaro de quien sabe que está apretando una herida sensible.

—No te pongas nervioso, Eduard. Solo era una conversación profesional.

Eduard no parpadeó.

—Lárgate.

—No hasta que Sofía me diga que no quiere hablar conmigo.

Todos miraron a Sofía como si el mundo se hubiese detenido.

Sofía sintió la presión de las miradas de políticos, socios, empresarios…

Y la más pesada: la de Isabel Wood.

—Yo… —ella tragó saliva.

Ethan la miraba como si ya supiera la respuesta.

Eduard… como si temiera escucharla.

Sofía respiró hondo.

—Ahora mismo no puedo hablar contigo —dijo, firme por primera vez esa noche—. Estoy… ocupada.

¿Ocupada?

Con Eduard.

El salón entero lo entendió.

Eduard lo sintió.

Ethan también.

—Perfecto —dijo Ethan, sin perder la calma—. Ya conversaremos más adelante.

Eduard dio un paso hacia él.

—No. No lo harás.

—Eduard —murmuró Sofía, tocándole discretamente el brazo—, basta.

Fue suficiente para frenarlo.

Ethan inclinó la cabeza hacia Sofía.

—Buenas noches.

Y se retiró por la misma puerta por la que había entrado, dejando una tensión tan densa que parecía parte del aire.

LA FURIA SILENCIOSA DE EDUARD

Eduard tomó una copa del primer camarero que pasó.

Un sorbo.

Otro.

Otro.

Sofía lo miraba con creciente inquietud.

—Ya basta —susurró.

—No es suficiente —contestó él sin mirarla.

Isabel se acercó, con una sonrisa tensa.

—Eduard, contrólate. Estás cometiendo un error.

—El único error aquí —respondió él, frío— es que permitieras invitar a socios que disfrutan humillando a mi prometida.

La temperatura del salón bajó.

—Eduard Wood —dijo Isabel, sin perder la compostura—. Necesito que recuperes la postura. Ahora.

Él bebió otro sorbo.

—La perdí cuando Ethan abrió la boca.

Isabel apretó la mandíbula y se alejó, pero no sin antes dirigirle a Sofía una mirada cargada de juicio.

Sofía sintió la garganta seca.

Eduard la tomó del codo.

—Ven.

—¿Adónde?

—A respirar. Antes de que diga algo que arruine esta cena… o lo eche todo a perder.

EL BALCÓN

El aire fresco golpeó a Sofía en la cara cuando Eduard abrió la puerta y la sacó al balcón privado del ala oeste.

Las luces de la ciudad brillaban a lo lejos.

El ruido de la fiesta quedaba atrás.

Eduard dejó la copa en la barandilla.

—No quiero que nadie vuelva a hablarte como él lo ha hecho —dijo, con la voz baja pero temblando de rabia contenida.

—Eduard, solo fue una interrupción. No pasó nada.

Él se volvió hacia ella, cerca. Demasiado cerca.

—Ese hombre trabaja para Robinson —susurró—. Y si él entra en una cena Wood sin invitación y se acerca a ti… es porque Robinson se lo ordenó. Y eso no me gusta. Nada.

Sofía sintió un escalofrío.

—¿Por qué te afecta tanto?

Eduard bajó la mirada.

Respiró hondo.

—Porque me importa lo que te pase —admitió, con dificultad—. Más de lo que debería.

Sofía sintió el corazón apretarse.

—Eduard…

—No digas nada —interrumpió él, pasándose una mano por el cabello—. Estoy… un poco bebido.

—Un poco —repitió ella, pudiendo evitar una sonrisa suave.

Eduard se apoyó en la barandilla, tensando los hombros.

—Qué desastre —murmuró él—. La cena era para darte seguridad. Para mostrarte nuestro mundo. Y lo único que conseguí fue arruinarlo todo.

Sofía dio un paso.

Luego otro.

Hasta quedar a su lado.

—No lo arruinaste.

Él la miró, lento.

Sus ojos grises tenían un brillo distinto.

No alcohol.

No furia.

Algo más suave.

Más sincero.

—Quédate conmigo esta noche —dijo él.

Sofía sintió que se quedaba sin aire.

—¿Qué…?

Eduard parpadeó, abrumado por su propia impulsividad.

—No me refiero a eso —aclaró rápidamente, aunque el aire entre ambos parecía electrificarse—. Solo… no quiero estar solo esta noche. No después de todo esto.

Sofía tragó saliva.

—Eduard, no sé si—

—No te pediría nada más —añadió él—. Solo dormir. Aquí. O donde quieras. No puedo explicar por qué, Sofía, pero… me tranquilizas.

La sinceridad la dejó desarmada.

—Está bien —susurró.

EL CUARTO DE SOFÍA

Entraron sin hablar.

La mansión estaba silenciosa, como si supiera que estaban rompiendo reglas no escritas.

Eduard se sentó en la orilla de la cama.

Sofía se quitó los pendientes con manos temblorosas.

—No tienes que quedarte si te incomoda —murmuró él, mirando al suelo.

—No me incomoda —respondió ella, sentándose a su lado.

Eduard soltó un suspiro largo.

—Hoy pensé que te perdía… —confesó sin mirarla—. Cuando Ethan entró, cuando te nombró, cuando todos te miraron… nunca me había sentido así. Es… irritante.

Sofía lo miró.

—Eduard…

Él levantó la vista.

Sus ojos se encontraron.

Tan cerca.

Tan peligrosamente cerca.

Eduard levantó la mano.

Rozó apenas la mejilla de Sofía.

No un beso.

No un movimiento brusco.

Solo un roce.

Pero suficiente para que los dos dejaran de respirar un segundo.

—Duerme —susurró él.

Y se tumbó a su lado, sin tocarla, sin invadir su espacio.

Pero tan cerca que Sofía sintió el calor de su cuerpo.

Ella cerró los ojos.

No sabía en qué momento se quedó dormida.

Solo que, por primera vez en mucho tiempo… no sintió miedo.

AMANECER

La luz entró suave por la ventana.

Sofía abrió los ojos despacio.

Y vio a Eduard.

Dormido.

En su cama.

Su brazo cruzado sobre su cintura, como si durante la noche la hubiera acercado sin darse cuenta.

Su respiración tranquila.

Su rostro sin durezas.

Sofía no se movió.

No quería romper ese momento.

Hasta que—

La puerta se abrió de golpe.

—Señor Wood, he traído los… —la voz se cortó en seco.

Sofía se incorporó, sobresaltada.

Natalia estaba allí.

En la puerta.

Observándolos.

El silencio que siguió fue mortal.

Los ojos de Natalia ardían.

Primero en sorpresa.

Luego en furia.

Y finalmente… en algo mucho peor:

intención.

—Vaya… —dijo, con una sonrisa lenta y venenosa—.

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