Mundo ficciónIniciar sesiónNatalia no soltó la manija de la puerta.
Ni parpadeó. Solo observó a Eduard y Sofía en la cama como si hubiera encontrado la prueba final de una traición personal. —Vaya… —susurró, su voz fina como un cuchillo—. Qué escena tan… íntima. Eduard despertó sobresaltado. Le bastó un vistazo a Sofía a su lado, y luego a Natalia en la puerta para entender el caos. —Natalia —gruñó—. Sal de aquí. —¿Oh? —ella sonrió, venenosa—. Así que ahora sí sabes que tengo que salir. Qué curioso, porque la otra noche… no me necesitabas fuera. ¿Verdad? Sofía sintió el rostro arder. —No es lo que parece —dijo, sin saber ni siquiera qué significaba esa frase y por qué la decía… era ella la prometida, no la amante. Natalia soltó una risa suave, pero sin humor. —Cariño, yo sé exactamente lo que parece. Eduard se levantó de la cama, irritado, despeinado, con la camisa medio abierta. La escena no ayudaba. —Tú y yo ya hablamos de esto —dijo él, más tenso que nunca—. Esto es solo un compromiso negociado por intereses familiares. —¿Por intereses familiares? - Natalia levantó una ceja—. ¿Duermes con ella por intereses familiares? ¿Cuando vas a empezar a cumplir con tus promesas? Sofía sintió un latigazo en el pecho. Eduard apretó la mandíbula. —No hablemos de eso ahora. —Oh, claro —Natalia cruzó los brazos—, no hablemos de tu promesa de respeto, ni de que dormirías solo durante la farsa del compromiso. No hablemos de que yo debería estar en tu cama. No la niñita Becker. Sofía se tensó como si la hubieran abofeteado. Eduard dio un paso. —¡Cállate! Natalia no retrocedió. —No. No voy a callarme cuando tú haces lo que te da la gana y yo soy la que mantiene tu vida en orden. Tú dijiste que yo importaba. Que esta tontería del compromiso era temporal. Que no mezclarías nada personal con Sofía. Sofía bajó la mirada, herida. No porque quisiera a Eduard. Sino porque dolía sentirse reducida así. Otra vez. Eduard pasó una mano por su rostro, desesperado. —Natalia, sal del cuarto. Ahora. —No —respondió ella, helada—. De hecho, Isabel ya está enterada de todo. Y fue ella quien me dijo que me quedara en la mansión por… conveniencia. Sofía levantó la cabeza de golpe. —¿Vas a vivir aquí? —preguntó. —Por supuesto —sonrió Natalia—. Seré el apoyo que Eduard necesita. Alguien tiene que mantener su agenda, sus trajes, su ritmo… y tú claramente no puedes con ese papel. Eduard frunció el ceño. —Natalia, no hablé con mi madre sobre— —Pero ella habló conmigo —lo cortó—. Ella quiere orden y estabilidad. Y yo se la voy a dar. Su mirada se deslizó hacia Sofía, con una crueldad tranquila. —Y tú… bueno, tú ya sabes cómo funciona. Los que no somos parte real de la familia, servimos. Sofía apretó los dientes. Y ahí ocurrió algo nuevo. Algo que ni ella misma esperó: No bajó la cabeza. Sofía dio un paso adelante. —Yo no soy tu empleada —dijo, firme. Natalia se rió como si oyera un chiste adorable. —Claro que no, cariño. Eres algo mucho menos definido. Ni Wood, ni Becker, ni nada. Eduard levantó la mano. —¡Natalia, basta! Ella lo ignoró por completo. —A partir de hoy —continuó— yo coordinaré las tareas de la casa y las tuyas, Sofía. —No, no lo harás —interrumpió Eduard. —Tu madre ya lo aprobó —dijo ella sin parpadear—. Pregúntale si quieres. Eduard sintió un puñal en la nuca. Isabel Wood. Su madre. Sofía se quedó helada. Natalia sonrió satisfecha. —Empieza por el ala sur. Mis cosas llegarán esta tarde. Voy a instalarme en la habitación de invitados. Tiene que estar reluciente. Mis cosas no se pueden ensuciar. Sofía sintió el déjà vu más cruel de su vida: Órdenes. Humillaciones. Tareas. Sumisión. Volvía a ser la Sofía Becker de los pasillos fríos. Pero esta vez… No iba a durar. ⸻ El ala sur estaba llena de cajas cuando Sofía llegó. Natalia daba instrucciones con voz alta: —¡Esto arriba! ¡Con cuidado! ¿Es que nadie entiende lo que “delicado” significa? Cuando vio a Sofía, frunció una sonrisa. —Justo a tiempo. Quiero que organices mi vestidor. Camisas por color, faldas por largo. Y las joyas las quiero en la vitrina del fondo. Sofía la miró directo a los ojos. —No voy a organizar tus cosas. Los cargadores se detuvieron. Natala abrió la boca, sorprendida. —¿Qué has dicho? —Que no voy a ordenar tu vestidor. Natalia dio un paso hacia ella. —Escucha bien, niña: en esta casa tu palabra no vale nada. Yo tengo más poder que tú incluso respirando. Así que harás lo que yo diga. Punto. Sofía apretó los dientes. —No. —respondió ella—. No voy a trabajar para ti. Ni para los Becker 2.0. Natalia se quedó helada. Espalda rígida. Ojos afilados. —O haces lo que te digo, o hablaré con Isabel para que te ponga en tu lugar —murmuró. Sofía no tuvo más remedio que obedece a Natalia, pero no por seguir siendo obediente, si no por no causar problemas a esa familia que la había criado, aunque sin amor y tratándola mal. ⸻ NOCHE – EL REGRESO DEL NOMBRE PROHIBIDO La mansión estaba oscura cuando Sofía cruzó el vestíbulo. Buscaba silencio. Un rincón donde respirar. No lo encontró. Tres guardias estaban frente a la puerta principal. Los tres… nerviosos. —Señorita Becker —dijo uno—. Necesita regresar arriba. No puede estar aquí en este momento. —¿Qué pasa? —Hay un… visitante. Antes de que Sofía pudiera preguntar, una voz profunda resonó detrás de los guardias: —No la alejes de mí. Los guardias se tensaron. La voz se acercó. La figura emergió de la penumbra. Traje oscuro. Mirada firme. Presencia pesada. Arthur Robinson. Los guardias levantaron los brazos para detenerlo. Arthur ni se inmutó. —Retroceded —ordenó él, con un tono que no admitía réplica. Los guardias dudaron. Sofía tragó saliva. —Señor… Robinson… —susurró. Arthur la miró por fin. Y sus ojos… no eran los de un enemigo. Ni los de un empresario poderoso. Eran los ojos de alguien que veía un fantasma. —Sofía —dijo él—. Necesitamos hablar. Ya no puedo esperar más. Uno de los guardias intentó intervenir. —Señor, la señora Wood ha dado órdenes estrictas de que— —No me importa lo que diga Isabel Wood —interrumpió Arthur, helado—. Dame un minuto con ella y luego podéis arrestarme si queréis. Los guardias se quedaron en shock. Nadie le hablaba así a un Wood. Ni a la seguridad del clan Wood. Pero Arthur Robinson… no era “nadie”. Arthur volvió a mirar a Sofía. —He intentado respetar la situación —dijo él, con voz grave—. Pero ya no puedo seguir esperando. Sofía sintió el corazón desbocado. —¿Esperando qué? Arthur respiró hondo. Demasiado hondo. Como si fuese a romper una verdad cerrada durante más de dos décadas. —Esperando confirmar algo —respondió él—. Algo que podría cambiar tu vida entera. Sofía se tensó. —¿Qué… cosa? Arthur dio un paso hacia ella. Un paso que tembló en el piso. —Hace veintidós años —dijo—, mi hija desapareció con dos años de edad. Nunca la encontramos. Sofía dejó de respirar. Arthur siguió: —Y cada vez que te veo… Cada gesto, cada mirada, cada marca… Su voz se quebró por primera vez. —No sé si estoy a punto de recuperar a mi hija… O de equivocarme de nuevo. Sofía sintió un vacío enorme abrirse bajo sus pies. —¿Está diciendo que… cree que soy yo?






