—La cirugía fue un éxito —dijo el doctor por fin, con voz grave y pausada—. Pero el paciente necesita reposo absoluto. No podemos asegurar cuándo abrirá los ojos. Podría ser en unas horas… o en unos días.
El aire pareció detenerse. Nadie se atrevió a moverse.
La sala quedó suspendida en un silencio expectante, solo interrumpido por el sonido lejano de un monitor cardíaco y el tic-tac monótono del reloj.
Thea sintió que las piernas le temblaban, pero su sonrisa no se borró.
Se aferró al respaldo de la silla para no perder el equilibrio, mientras un brillo febril se encendía en sus ojos.
“En unas horas”, pensó.
“Solo unas horas para que me mire otra vez. Para que me vea… y todo vuelva a ser como antes.”
—Lo importante —continuó el médico— es que el paciente está estable. Su cuerpo ha resistido bien.
Ilse dio un paso adelante, su voz temblorosa rompió el aire denso:
—¿Y… podrá ver? —preguntó, con el alma colgando de esa respuesta.
El doctor la miró con cautela, como si temiera romper algo