—¡Quinientos mil dólares! —exclamó Bernardo, con voz firme, rompiendo el silencio expectante del salón.
Un murmullo recorrió el lugar como un eco de asombro.
Las miradas se posaron sobre él, y también sobre Maryam, que abrió los ojos con incredulidad.
Su respiración se agitó por un instante; no esperaba que Bernardo, tan reservado y prudente, hiciera semejante oferta por ella.
Pero entonces, otra voz se alzó, más grave, más potente, y estremeció a todos los presentes.
—¡Un millón de dólares! —rugió Hernando, levantando la paleta sin dudarlo.
El silencio fue inmediato. Incluso el tintinear de las copas se detuvo.
Maryam giró la cabeza hacia él, con el rostro helado. Su mirada lo buscó entre la multitud, encontrando al hombre que una vez había amado, ahora convertido en una sombra poseída por los celos.
Nunca imaginó que sería capaz de ofrecer tanto dinero, ni por ella ni por nadie.
Pero en sus ojos, no había ternura, solo una mezcla de rabia y deseo de dominio.
Bernardo lo observó con s