—¡¿Qué le hiciste, Claudia?! —rugió Hernando, fuera de sí, con la voz rota por la furia.
Maryam yacía en el suelo, inmóvil, con el rostro pálido y una mancha de sangre en la frente.
Hernando cayó de rodillas junto a ella, la levantó en brazos sin pensar. Su corazón latía tan fuerte que sentía que iba a estallar.
—¡Maryam, mírame! ¡Respóndeme, por favor! —susurró, su voz quebrada, entre la desesperación y el miedo.
El sonido lejano de una ambulancia nunca llegaba. Hernando la sostuvo más fuerte, temiendo perderla ahí mismo.
—Rizard, abre el auto, ¡rápido! —ordenó.
El hombre obedeció al instante.
Hernando entró en el vehículo con ella entre sus brazos, mientras los demás corrían tras ellos. Bernardo, Fiona y Aurora intentaron alcanzarlos, gritando su nombre, pero el coche ya había arrancado con un rugido que se perdió en la distancia.
El camino al hospital fue una eternidad.
Hernando no apartó la mirada de su esposa ni un solo segundo. Ella respiraba, débilmente, apenas perceptible, y e