Mayte miró al hombre con horror, su corazón latía con fuerza, y un escalofrío recorrió su espalda.
—¡No te acerques o te mataré! —gritó ella, su voz resonando en la habitación oscura.
De pronto, una música sensual comenzó a sonar, llenando el aire con un ritmo hipnótico.
El hombre, con un movimiento inesperado, comenzó a bailar lentamente, y sensual, moviendo las caderas de una manera que la dejó sin aliento.
Con cada paso, se despojaba de su ropa, primero la camisa, luego el pantalón, revelando un cuerpo atractivo y fuerte.
Sus músculos estaban bien delineados en su piel morena, su abdomen marcado y sus caderas anchas contrastaban con su cintura pequeña. Tatuajes adornaban su piel, dándole un aire salvaje y seductor.
Solo llevaba ropa interior.
Cuando el hombre se quitó la máscara, Mayte abrió los ojos enormes, la incredulidad y el asombro inundando su rostro.
—¡Eres tú! —gritó, sorprendida—. ¡Manuel!
Él sonrió, una sonrisa que iluminó su rostro y disipó parte de la oscuridad que la r