Manuel se apresuró hacia la habitación, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Antes de entrar, alguien lo detuvo, informándole que había alguien esperando por él.
Una sensación de inquietud lo invadió, pero no podía permitirse dudar.
Con un gesto decidido, empujó la puerta y entró rápidamente.
—¡Mayte! —exclamó, buscando la familiaridad de su rostro, pero lo que encontró fue algo completamente inesperado.
Al girar sobre sus talones, un ruido lo distrajo, y ahí, frente a la puerta, estaba ella.
Totalmente desnuda, con una sonrisa provocativa que parecía desafiarlo.
Era Perla, su exnovia, una mujer que siempre había estado en su vida como una sombra oscura, y que no le agradaba para nada.
—¿Perla? —preguntó, la incredulidad y la rabia mezclándose en su voz.
—Hola, mi amor —respondió ella, acercándose con una confianza desmedida—. No puedes casarte, no antes de hacerme tuya.
La audacia de sus palabras lo dejó sin aliento.
Manuel sintió cómo la rabia comenzaba a burbujear en su inter