CAPÍTULO — LA VOZ DEL ALFA
La manada se había reunido en círculo. El aire vibraba con emoción, con lágrimas contenidas y aullidos que se entrelazaban en el viento como un canto sagrado. En el centro, Nayara y Eliana permanecían fundidas en un abrazo que parecía eterno. Madre e hija, después de tantos años, después de tantas pruebas, se habían encontrado al fin.
Eliana acariciaba el rostro de su hija con manos temblorosas.
—Perdóname, mi amor. Perdóname por haberte dejado. Es que no podía… no sabía cómo.
Nayara la miró con lágrimas brillando en sus ojos verdes, idénticos a los de su madre.
—Mamá, todo pasa por algo. Yo aprendí que el destino está escrito en cada uno. Si no hubiera vivido todo lo que viví, esta manada no se habría liberado de la bruja, y yo no sería quien soy hoy. —La apretó más fuerte contra sí—. Siempre te amé, aunque no te conocía y ahora que te tengo, no pienso soltarte.
Eliana rompió en llanto. Ese abrazo la redimía, la curaba de años de dolor y silencio