La puerta de la cabaña crujió cuando Khael la cerró tras él. El aire fresco de la madrugada golpeó los rostros tensos de los presentes. Los dos guerreros exiliados se alejaron hacia el campamento seguro. Einar se quedó a un lado, en silencio, escoltando el avance.
Nayara caminaba al frente. Totalmente rígida y a paso firme.
Tenía los labios apretados, los ojos helados, la mandíbula tensa. Sus pasos eran rápidos, decididos, como si con cada zancada quisiera dejar atrás no solo el bosque… sino también toda una historia que ya no quería recordar.
Khael la alcanzó al rato. No le gustaba verla así, pero tampoco la forzaba a hablar. Solo caminó a su lado unos metros… hasta que rompió el silencio con un suspiro profundo y una sonrisa ladina.
—Bueno… una suegra amorosa te tocó, Nayara.
Nayara alzó una ceja, sin mirarlo, pero con una chispa sarcástica encendiéndose en el fondo de su voz.
—Y vos una cuñada que te quiso…
Hizo una pausa dramática. Khael entrecerró los ojos.
—¿Pero