La última súplica de Cassian se siente como la mordida de un perro rabioso. Es brutal, desesperada y profundamente efectiva. Me ha golpeado donde la armadura es más delgada: el juramento hipocrático y la memoria de Diana.
—Dos años —repito, la voz es un hilo tenso—. Dos años en el infierno, a tu lado, por una cura que solo yo puedo descifrar.
—Es el trato. Es la única forma de que yo pueda mantener el acceso a los fondos de la Junta y tú a la investigación. Es por el tiempo que le queda a Valeria, Elara.
Cassian no levanta la mirada. Su postura, encorvada por el remordimiento, no me ablanda. Solo me confirma que es un hombre capaz de cualquier atrocidad si el fin lo justifica. Y eso, en un cirujano, es peligroso. En el hombre que amo, es letal.
—Que te quede claro, Cassian —le digo, mi voz es baja, pero tiene la resonancia del metal que se rompe—. Trabajaré. Salvaré a Valeria. Cumpliré ese contrato. Pero el día que se cumplan los dos años, o el día que la cura esté lista, me ire lejos