Episodio 91

La comisaría olía a desinfectante y a fluorescentes; la luz blanca le quitaba cualquier ternura a las cosas. Era tarde, demasiado tarde para los tránsitos cotidianos, pero el lugar bullía de movimientos: papeleo, voces en tono seco, un reloj que parecía marcar la lentitud de la justicia. A Nara la acompañaban dos agentes que la movían con una mezcla de firmeza y cautela; su paso resonaba, pero ella ya no sentía el ruido. Iba envuelta en una manta prestada, con la cara sucia de lágrimas secas y la ropa aún perfumada del despacho —un contraste cruel entre lo pulcro y lo roto.

La sala de recepciones olía a café agrio. La hicieron sentar en una silla metálica, y un oficial le pidió sus datos con voz profesional, casi automática. Nara respondió con monosílabos. Sus manos no dejaban de temblar. Cada pregunta era una piedra que caía y hacía más hondo el hueco dentro de ella.

—¿Tiene antecedentes? —preguntó la funcionaria con el cuaderno abierto.

—No —respondió Nara, seca.

La llevaron a una s
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