El hospital tenía un silencio tenso, interrumpido solo por el sonido intermitente de los pasos sobre el suelo encerado y los murmullos distantes de enfermeras pasando lista.
Jon y Eleonor caminaban uno junto al otro, sin mirarse, con el mismo miedo dibujado en los ojos.
Él sostenía el abrigo en una mano, ella el bolso presionado contra el pecho. Habían pasado la noche en vela, respondiendo llamadas de abogados, de la policía, de reporteros que querían saber si era cierto lo que decían los titulares: “Nara Smith hiere a su ex prometido, amante de su hermano”.
Cuando llegaron a recepción, Eleonor fue la primera en hablar, con voz apenas audible.
—Por favor, ¿podría decirnos en qué habitación está el señor Nathan Force?
La recepcionista, una mujer de mediana edad con gesto cansado, buscó en la computadora.
—Habitación 203, tercer piso. —Les indicó con amabilidad—. Está en observación, pero pueden visitarlo unos minutos.
—Gracias —dijo Eleonor, y su voz se quebró.
Tomaron el ascensor en s