Episodio 8

El eco del comedor privado aún vibraba en la cabeza de Logan cuando se levantó de la mesa. Había sonreído lo justo, aguantado las miradas inquisitivas de su padre y las observaciones frías de Nathan, y ahora necesitaba un respiro. Se excusó con un murmullo y caminó por el pasillo hasta llegar al baño. Empujó la puerta y lo recibió la luz blanca, el mármol impecable y el olor a madera perfumada.

Dejó el casco que llevaba en la mano contra la pared —aún no lo soltaba desde el desfile, como si fuese su amuleto— y abrió el grifo. El agua corrió cristalina, fría, refrescante contra su piel. Se inclinó, dejó que le empapara las muñecas, se mojó el rostro. El espejo le devolvió su reflejo: el chico rebelde disfrazado de modelo, con la mandíbula apretada y los ojos brillando de orgullo y rabia al mismo tiempo.

En ese instante, su teléfono vibró dentro del bolsillo de su chaqueta de cuero. Lo sacó sin pensarlo. Una notificación iluminó la pantalla:

“Esta noche. Carrera en la autopista vieja. A medianoche. El premio vale la pena. ¿Vienes?”

El corazón le dio un salto. Era como un llamado a su verdadera vida, el rugido de motores reemplazando el eco de los aplausos. Pasó el pulgar sobre el mensaje, contuvo una sonrisa torcida. Era su mundo, su sangre. Y ahí estaba, latiendo otra vez frente a él.

Pero no estaba solo.

El chirrido de la puerta al abrirse interrumpió ese instante secreto. Logan guardó rápido el móvil en el bolsillo, pero no lo suficiente. Nathan Force entró con su andar calculado, seguro, como si incluso en un baño de lujo dirigiera la escena. El reflejo del espejo devolvió su silueta alta, traje oscuro perfectamente entallado, mirada que podía atravesar.

Logan se irguió, intentando recomponerse. Nathan cerró la puerta con un movimiento lento, casi deliberado.

—Qué casualidad —dijo con voz baja, casi un susurro frío—. Pensé que preferías las salidas rápidas, no los espejos.

Logan apretó la mandíbula, secándose las manos con una toalla de lino.

—Vine a lavarme, nada más. ¿O también tengo que pedirte permiso para eso?

Nathan no respondió de inmediato. Caminó despacio, acercándose al lavamanos contiguo, y se inclinó a abrir el grifo. El sonido del agua llenó el silencio. Luego habló, mirando su reflejo en el espejo, no directamente a Logan.

—El agua limpia. Pero no borra hábitos.

El tono era ambiguo, como si supiera más de lo que decía. Logan sintió la piel erizarse. No podía evitarlo: Force tenía ese efecto, esa forma de hurgar en sus nervios.

—¿Qué diablos quieres decir? —soltó, girando el rostro hacia él.

Fue entonces cuando Nathan giró también, mirándolo de frente, y sacó lentamente de su bolsillo… el móvil de Logan.

—¿Esto? —preguntó, alzándolo apenas.

Logan sintió que la sangre le ardía. Había sido tan rápido, tan preciso… Nathan debió arrebatárselo del bolsillo con ese movimiento sutil mientras él se secaba.

—Devuélvemelo —dijo con brusquedad, extendiendo la mano.

Nathan lo sostuvo apenas fuera de su alcance. En la pantalla aún brillaba el mensaje.

—Interesante invitación —murmuró, con ese tono gélido que no necesitaba elevar la voz para imponerse—. Medianoche. Carrera. Un premio tentador.

—No es asunto tuyo.

—Lo es todo —replicó Nathan, sin alterarse—. Porque mientras trabajes bajo mi nombre, cada error tuyo será mi error. Cada caída, mi caída. Cada escándalo, mi marca.

Logan dio un paso hacia él, con la furia encendida en los ojos.

—No soy tu mascota.

—Ni falta que hace —dijo Nathan, tranquilo—. Eres una apuesta. Y como toda apuesta, puedo decidir cobrar o cortar pérdidas.

Se hizo un silencio denso. El agua seguía corriendo del grifo olvidado, cayendo como un reloj invisible. Logan respiraba agitado; Nathan permanecía inmutable, como una estatua.

—Eres un controlador de m****a —escupió Logan—. Quieres que todo gire a tu alrededor, que todos bailen a tu maldito compás.

Nathan se acercó un paso más, dejando apenas unos centímetros entre ambos. Lo miró directamente a los ojos, y su voz bajó un grado más, cargada de una calma que era casi amenaza.

—Y lo logré contigo. —Le mostró el teléfono, todavía en su mano—. Porque ni siquiera puedes aceptar esta invitación sin que yo lo sepa.

Logan le arrancó el móvil de un manotazo, empujando el brazo de Nathan con brusquedad.

—No te atrevas a meterte en mi vida.

Nathan sonrió por primera vez, apenas un movimiento en la comisura de los labios.

—Tu vida se metió sola en la mía desde que pusiste un pie en esa pasarela. Desde que tu padre me pidió que te enderezara. Y créeme… —se inclinó un poco más, sus palabras casi rozando el oído de Logan— …no hay nada que disfrute más que domar lo indomable.

Logan lo empujó con el hombro, apartándose, respirando con rabia.

—No soy tu maldito proyecto.

—No —replicó Nathan, con la calma intacta—. Eres mi desafío.

El silencio se quebró con el eco del teléfono vibrando otra vez en el bolsillo de Logan. El mismo mensaje, insistente. Logan lo apretó con fuerza, pero no contestó. Nathan lo observó, casi disfrutando del dilema en su rostro.

—Ve si quieres —dijo Nathan, dando la vuelta para salir—. Corre tu carrera, juega a ser libre. Pero recuerda algo: lo que empieza conmigo, lo terminas conmigo. No hay escapatoria.

Abrió la puerta, y antes de salir lanzó una última frase, sin mirar atrás:

—A medianoche, puedes elegir entre la autopista o tu futuro. Pero solo uno de los dos seguirá abierto al amanecer.

La puerta se cerró, dejando a Logan solo frente al espejo, con el agua aún corriendo y el teléfono vibrando en su mano. Su reflejo lo miraba desafiante, dividido entre el rugido de los motores y la fría prisión de la marca Force.

El corazón le golpeaba el pecho, más fuerte que nunca.

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