El baño había quedado en silencio después de la partida de Logan. El eco de sus pasos aún resonaba en el pasillo cuando Nathan, inmóvil frente al espejo, permaneció un instante más observando su propio reflejo. Ajustó levemente la corbata, deslizó los dedos por el nudo perfecto y se permitió una media sonrisa. No era una sonrisa de satisfacción, ni de burla abierta, sino esa expresión fría que usaba cada vez que sentía que las piezas de su tablero comenzaban a encajar en la dirección que él quería.
El cigarrillo apagado todavía descansaba en su mano. Lo giró entre los dedos antes de guardarlo en el bolsillo interior de su saco, como si fuera un recordatorio de que su autocontrol era más fuerte que cualquier impulso. Respiró hondo y, con la misma calma calculada que lo caracterizaba, salió del baño.
Al regresar al salón privado del restaurante, lo recibió un ambiente mucho más relajado. La mesa aún estaba servida con copas de vino medio vacías, postres a medio probar y un aire familiar